ANÁLISIS DE DEPORTES
Augusta, tenemos un problema
Por Roberto J. Madrigal
3 min
Deportes08-04-2007
Diez años después de su primera aparición –y exhibición– en el Augusta National, Tiger Woods mantiene aún la pinta del tipo que parece no haber roto un plato en su vida. Sin embargo, un vistazo al circuito, antes y después de la irrupción del fenómeno del tigre, revela que las cosas ya no son como eran antes. Tipos que vigilan al máximo la dieta –aunque todavía queden románticos como Miguel Ángel Jiménez, capaces de degustar un puro tan campantes–, que se machacan trabajando en el gimnasio para conseguir más potencia en los golpes, ahora son la norma. Encontrar golfistas capaces de jugar a un alto nivel durante varias décadas, como fue el caso de Jack Nicklaus, es imposible. No hay más que ver la tarjeta de resultados de los viejos tiburones, como Severiano Ballesteros. Ahora bien, Augusta ha sido también el exponente de la reacción del circuito: los recorridos de casi todos los campos vienen sufriendo retoques de un año para el siguiente, con hoyos cada vez más largos y un número cada vez mayor de trampas, estratégicamente situadas, que exige un análisis sesudo del recorrido idóneo de la bola, ya sea para situarla correctamente en las calles y abordar los green, como en la aproximación al hoyo. Porque paralelamente, se ha experimentado una revolución invisible en la tecnología de los palos y bolas. Todo para conseguir mayor eficiencia en los golpes. Sin embargo, los errores de cálculo han venido por no tener en cuenta los factores que siempre han existido en el golf: la influencia del tiempo. Dejar el campo demasiado seco ha complicado la vida a los jugadores, pero las gotas de lluvia y –sobre todo– las heladas, inusuales en el cálido estado de Georgia, al este de Estados Unidos, han convertido el Masters de Augusta en una agonía. Y no sólo para los jugadores más débiles, sino también para muchos de los mejores jugadores del mundo. Y aun así, mientras tipos como Sergio García han sido incapaces de pasar el corte y disputar los dos últimos recorridos, Tiger Woods ha seguido al pie del cañón. ¿Qué es mejor, ponerle trabas a su talento o dejar que lo explote, aun a costa de llegar a una tiranía de títulos? Por lo que parece, y aunque el título no lo haya conseguido Woods –y sí pareciese más el resultado de una lotería–, Augusta ha pasado el límite de los medios que justifican el fin. Por mucho que los tiempos en que los golfistas se jugaban más la honra que el dinero –aunque siempre lo hubo– son historia. Tal vez por eso, en un contexto diferente, la figura de Woods ha estado ahí: siempre o casi siempre al frente del circuito PGA, siempre, a pesar de momentos duros en su vida personal, con la ambición intacta para superar a las grandes leyendas. En cuanto a la cuestión racial, que muchos mencionan, es cierto que Woods ha tenido una gran influencia. Pero más que avanzar hacia la igualdad, como sugieren los más optimistas que se ha conseguido, que no lo creo, su figura sí ha servido al menos para romper prejuicios y modernizar la imagen de un deporte más que tradicional. Pero ojo: aunque se haya popularizado, al golf aún le queda camino por recorrer hasta convertirse en un deporte para profanos. Y si no, vean de nuevo los resúmenes del torneo.
