SIN ESPINAS
300: propaganda de laboratorio
Por Javier de la Rosa
3 min
Opinión08-04-2007
Imagínense un solomillo de ternera cubierto de una cremosa salsa a la pimienta. Al lado, unas apetitosas patatas doradas con mantequilla y un poquito de perejil. El hermoso manjar que se nos presenta nos hace devorar el plato con la vista y segregar jugos gástricos como el mismísimo perro de Paulov. En estos tiempos del homo videns y ante tal deleite visual, sólo unos pocos advertirían el peligro de hincarle el diente al trozo de carne podrida que hay debajo de tanto adorno culinario. Si además, la carnaza que se presenta ha sido tratada con los mejores conservantes y potenciadores del sabor, los efectos de la alterada ingesta sólo serán apreciables en las últimas fases del proceso digestivo. Con este símil quiero subrayar lo que pretende la película 300, recientemente estrenada en España y ya vista por millones de personas en todo el planeta. Se trata de uno de los ejercicios de propaganda y manipulación más sofisticados de los últimos tiempos. Tanto, que después de verla muchos dirán que tan sólo han visto una gran película de acción y aventuras; y nada más. Los modelos culturales que el director, guionistas y productores de la película pretenden inocular a través de la orgía estética que presentan suponen una auténtica bomba ideologizante. Sé que es duro pedirles que, ante un solomillo que han pagado para disfrutarlo, yo les pida que lo lleven a analizar al laboratorio para evitar que piquen el anzuelo y se intoxiquen; pero con los tiempos que corren... Por último, les propongo que observen cómo esta producción norteamericana ha utilizado toda la artillería y los recursos cinematográficos de éxito para vestir sus ideas de fondo. Así cada vez que vean hablar al rey Leonidas, les invito a que se imaginen a Gladiador como el general Bush junto a sus 299 marines. Cada discurso es una arenga dirigida a los norteamericanos y al resto del mundo civilizado sobre los motivos que justifican una guerra. Luego imagine al rey persa como a un híbrido entre Sadam Hussein, Al madineyad, una Drac Queen y el diablo andrógino de la Pasión de Mel Gibson. Al escuadrón de los inmortales como los muyaidines de Hamas, al espartano deforme como al exitoso Goolum del Señor de los Anillos. A las bestias y animales como los monstruos de Harry Potter y la Guerra de las Galaxias. A los religiosos del oráculo como una mezcla de los monjes tenebrosos de El nombre de la rosa, los orcos y el enfermero lascivo del sanatorio de Terminador II. Todos, una alegoría vaticana a la más pura, arcaica y supersticiosa actuación del medioevo. Al consejo griego como al Senado Romano de Gladiador. Los campos de trigo resplandecientes son los mismos por los que levita Russell Crow en el limbo del recuerdo humano. Ese recuerdo humano -pasar a la historia a toda costa- que persigue Aquiles en Troya, como el objetivo supremo que permite a un superhombre ateo y nihilista trascender por sus propias fuerzas. Esta es la nueva propuesta de hombre libre que nos ofrece el Pentágono. Donde el Islam o cualquier otra fe que no sea la creencia en el propio hombre se convierte en un obstáculo aniquilable, el enemigo a vencer...
