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SIN CONCESIONES

Los reyes encapuchados

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión07-01-2007

Éranse una vez tres reyes encapuchados. No venían de oriente, como Melchor, Gaspar y Baltasar, sino del norte. Tampoco repartían juguetes entre los niños españoles, pero portaban una inmensa esperanza de paz. Vestidos con capuchas negras, los tres reyes difundieron en marzo de 2006 un mensaje que llenó de ilusión a muchos ciudadanos. Prometían acabar con toda clase de violencia terrorista a cambio de algunas concesiones. Muchos no creyeron su palabra, pero entre quienes celebraron aquel anuncio se encontraba el presidente del Gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero confió a ciegas en la promesa de aquellos tres reyes. Poco le importaron las exigencias y los incumplimientos. Él soñaba con despertarse una mañana y ver que los reyes magos le habían traído el cese definitivo del terrorismo. Zapatero enviaba constantemente cartas a los reyes para obtener el regalo tan deseado. De vez en cuando, mandaba a sus pajes a reunirse con los reyes para prometerles grandes obsequios a cambio de la paz. Pero, cuando más confiado estaba en que los reyes accederían a sus peticiones, Zapatero despertó una mañana de diciembre con el estruendo de una bomba colocada por los reyes de las capuchas y las pistolas. El hombre, con mentalidad de niño, que había confiado por completo en aquellos tres reyes no supo qué hacer. Le habían engañado pero se resistía a dejar de creer. Uno de sus pajes se había reunido unas semanas antes con los tres reyes cara a cara, frente a frente, en un país de oriente. No podía explicarse, por lo tanto, aquella traición después del acuerdo alcanzado con los reyes Josu Ternera, Egoitz Urrutikoetxea y Ainhoa Ozaeta. Zapatero, un laicista declarado que no cree en Jesús de Nazaret ni en los Reyes Magos, había confiado en la promesa de aquellos tres reyes con las manos manchadas de sangre. Al despertar, comprobó que la pesadilla era real y no supo cómo reaccionar. Tuvo que llamar a sus escuderos Alfredo Pérez Rubalcaba y José Blanco para que reconocieran los errores cometidos. Pero mientras Rubalcaba y Blanco trataban de enmendar los errores del señor, Zapatero permanecía quieto, parado, con el rumbo perdido. Había confiado todo su futuro y todo su mandato al regalo prometido por aquellos tres reyes encapuchados. El regalo no llegó nunca pero Zapatero se comportaba como si aún lo siguiera esperando. Aquel presidente perdió todo el crédito y toda la confianza de los ciudadanos. Él se empeñaba en decir que no era responsable de las fechorías de los tres reyes encapuchados. Claro que no lo era, por supuesto. Nadie le culpó de aquella tragedia. Nadie, aunque años antes, cuando estaba en la oposición, él había responsabilizado al entonces presidente por otra masacre mucho mayor. El problema de Zapatero es que el fracasado acuerdo con los tres reyes encapuchados dejó en evidencia su plena incapacidad para gobernar. Hasta entonces, todas y cada una de sus apuestas personales habían acabado en escándalo o declive. La esperanza de alcanzar la paz mediante el diálogo con los tres reyes encapuchados era el más importante de sus propósitos y en el que más ilusiones había depositado. Muchos le habían advertido del riesgo de creer en tres reyes encapuchados pero él siempre alardeaba de saber más que los demás. Por eso, aquel fracaso supuso el fin para Zapatero. Fue un triste despertar para un niño ingenuo e imprudente que un día creyó ser capaz de llegar a acuerdos con tres reyes encapuchados.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito