SER UNIVERSITARIO
Manifiesto socialista
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión10-12-2006
El PSOE anunció un manifiesto con motivo del XXVIII aniversario de la Constitución. De un texto inspirado por tales motivos, cabría esperar un tono conciliador y un sincero congratularse por papel que todos los ciudadanos, partidos y agentes sociales tuvieron en durante la Transición. Sin embargo, tono y fondo del texto pretenden todo lo contrario. La primera frase del manifiesto compara nuestra Constitución como la continuidad legítima de la republicana de 1931. Sostener que exista esa continuidad es una majadería histórica; y afirmar que ambas constituciones beben del mismo espíritu es un falsedad evidente a los ojos de cualquiera. Pero la frase no es tan inocente como estúpida, sino que oculta un ejercicio más de re-invención de la historia con un objetivo claro: ignorar el papel de la derecha, de la Iglesia y de todo agente no-progresista en cualquier proceso democrático y legítimo. El texto también ignora la diferencia entre estado laicista -donde no tiene cabida el hecho religioso- y estado laico o aconfesional -Estado que no profesa ninguna religión-. De nuevo, la ignorancia no es inocente: igualar laicismo y laicidad es no tener en cuenta una parte fundamental de nuestra Constitución, una de esas que hizo posible el acuerdo de todos los españoles: “Art. 16.3: Ninguna confesión tiene carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Al ignorar ese artículo y decir que España debe elimiar de lo público el hecho religoso, especialmente el monoteísmo, el texto se alinea con una ideología pre-consticuinal -esa sí, propia del 31- marcada por el rechazo hacia lo religioso -sirva como ejemplo la expulsión de los jesuitas-. El modo de entender las religiones que plantea el texto es dolorosamente empobrecedor y reduccionista, más propio de una mentalidad cibernética y pragmática que de un ser humano. Cualquier hombre medianamente culto sabe que es imposible entender un pueblo, una cultura, unos ritos sociales, una interpretación de la propia vida y del propio mundo, al margen de sus religiones. El Greco y Miguel Ángel, las catedrales y las universidades, el derecho y la democracia, los matrimonios y los funerales, son realidades imposibles de entender al margen del hecho religioso. La pretensión de una sociedad multicultural (por tanto, multireligiosa), propuesta en el documento socialista, es incompatible con ideal del estado laicista donde los únicos valores morales admitidos son los que dicta el Estado. ¿Qué manera de entender la religión es esa que pretende reducirla al ámbito de los sentimientos subjetivos vividos en privado, al margen de la vida pública y social? Cuando los valores de la vida pública y social no están inspirados por la tradición, la cultura y la religión… ¿Quién los inspira? ¿El Estado? Esa es la tesis que sostiene el manifiesto y que no es nueva: ya la vimos encarnada en el Dios-Emperador que fue Calígula; y en el Estado-Moral propio de los totalitarismos del XX: la Alemania nacional-socialista, el comunismo soviético, etc. El ataque frontal del manifiesto contra las religiones monoteístas desvela, tal vez, el secreto de una nota supuestamente conmemorativa y festiva que se ha convertido en un panfleto provocador de discordias y desencuentros. Más que un manifiesto pro-constitucional parece una respuesta desairada al texto de la Conferencia Episcopal Española: Orientaciones morales ante la situación actual de España. Si el manifiesto adolece de una semántica tan pobre como incorrecta y pasada de moda, eso no es lo peor. Lo peor es que responde a la tradición más oscura y equivocada del socialismo y del marxismo del pasado siglo. Lo peor es que ni celebra ni busca la concordia, sino el enfrentamiento entre “lo legítimo” -ellos- y “lo totalitario” -todos los que discrepan con ellos-. Lo peor es que dinamita el espíritu de la Constitución que pretende conmemorar. Lo peor es que quienes han escrito algo así muestran su incapacidad para un diálogo racional y sincero. Y lo peor, es que son quienes nos gobiernan.