SIN ESPINAS
Construir sentido
Por Javier de la Rosa
3 min
Opinión03-07-2006
José Luis Rodríguez Zapatero ha anunciado que “el Gobierno va a iniciar un diálogo con ETA”. En realidad, más que anuncio ha sido la confirmación oficial de una realidad más que intuida por todos. Diálogo, diálogo, diálogo… Llevamos oyendo hablar tan insistentemente de esta palabra en los últimos años que sería bueno saber qué significa y conocer en qué consiste. Conviene entonces empezar a explicar su etimología. Diálogo proviene de las raíces griegas día más logos. Logos tiene varias acepciones y significa "el verbo", “la palabra", “el sentido” o en este caso, “el significado”. Más certeramente aún cabe decir que logos se puede traducir como “el significado de la palabra". Por otro lado, el prefijo día significa "a través de" -y no dos como comúnmente se cree-. De todo ello podemos concluir que el diálogo es un medio que nos permite conocer el significado de las palabras. Y puesto que las palabras son representaciones conceptuales de la realidad, el descubrimiento del verdadero significado de las mismas nos permitirá conocer la verdad que habita en la realidad. El prefijo día, “a través de”, nos indica que el diálogo es un medio por el cual se puede llegar a un fin, es decir, un camino por el cual se puede llegar a una meta. Pero ¿en qué consiste el diálogo? Ciertamente para empezar, el diálogo requiere de dos personas que a través de él entablen una relación. Susana Nuin, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires me enseñaba, en una certera descripción, la necesidad de que para empezar un verdadero diálogo es necesario el reconocimiento del otro en su dimensión. Además, tiene que existir una apertura y una voluntad libre que permitirá a las personas situarse en la realidad del otro. Además, esa voluntad ha de reconocer, aceptar, asumir y querer afrontar el conflicto para permitir que este pueda resolverse. El diálogo siempre comienza por iniciativa de una de las partes y necesita ser acogida con sinceridad por la otra. De tal manera que el puente o conjunto de relaciones que se van creando, se rompen o quedan dinamitadas si una de las partes deja de perseverar en su iniciativa o la otra deja de acogerla. El diálogo requiere igualdad de condiciones para garantizar la libertad de los que intervienen; aunque su situación sea muy distinta. No puede imponerse por coacción externa, sino, como decía el Papa Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam, tan sólo “por los legítimos caminos de la educación humana, del convencimiento interior y de la conversación ordinaria”. Además, el diálogo no ha de ajustarse a los méritos de aquellos a quienes se dirige, como tampoco debe tener en cuenta los resultados que conseguirá o que echará de menos. Esta afirmación que tan escandalosa me resulta sólo puede ser entendida desde el amor, que por ser desinteresado y gratuito ha de provocar un diálogo “sin límites y sin cálculos”; dirigido a todos sin discriminación alguna y capaz de entablarse con cada uno, a no ser que alguien lo rechace o insinceramente finja acogerlo.
