SIN ESPINAS
La Torre de Babel
Por Javier de la Rosa3 min
Opinión04-06-2006
Babel significa confusión. Desde el domingo, día en el que la Iglesia celebra la fiesta de Pentecostés, momento en el que Cristo derrama el Espíritu Santo sobre los hombres de buena voluntad, resuenan con fuerza las palabras que el Papa Benedicto XVI ha pronunciado durante la homilía celebrada en San Pedro. El Santo Padre ha recordado que "el orgullo y el egoísmo ( ) siempre crean divisiones, alzan muros de indiferencia, odio y violencia. Desgraciadamente vivimos en tiempos en los que domina sobre la mente, el alma y el corazón del hombre la idea de que no hay más dios que él mismo. Y eso a pesar de que los monstruos de la razón y el fracaso del ser humano que vive con sus solas fuerzas y de su solo criterio se han manifestado del todo trágicos durante el siglo XX. Las dos guerras mundiales y los grandes genocidios son una prueba cercana de adonde nos lleva el sin Dios. Los árboles a cuya sombra se cobijaron los grandes egos del siglo pasado fueron el existencialismo de Nietzsche y Sastre, y el paradigma de acción política ofrecido por Marx. Así se explican las figuras de Hitler, Stalin o Polt Pot. Todos ellos dominados por la creencia orgullosa del hombre que afirma que Dios ha muerto. Y del que emerge para intentar suplantarle el superhombre, con las funestas consecuencias que todos hemos conocido. Si bien la experiencia nos demuestra que no hay mayor peligro que cuando un hombre se cree Dios, el problema aumenta geométricamente cuando el pensamiento dominante sume al ser humano en la idea de que él es una mierda elevada al cubo y Dios, si existe, ha fracasado en su obra. Con esa idea del sálvese quien pueda, el egoísmo escéptico, relativista y carente de toda esperanza se convierte en el nuevo motor del comamos y bebamos que mañana moriremos. Y esto traducido del individuo a la colectividad hace rebrotar una de las grandes enfermedades del pasado, el llamado egoísmo de los pueblos: el nacionalismo. Decía el Papa que en los tiempos de la Torre de Babel, los hombres "intentaron construir con sus manos una vía hacia el cielo y acabaron por destruir su capacidad de comprenderse mutuamente. Esto mismo ocurre hoy con quienes han dejado de lado a Dios, han denostado su palabra revelada en la Biblia y pretenden construir un mundo mejor sacralizando sus constituciones y haciendo de sus estatutos las Cartas Magnas de su convivencia. Baste otro ejemplo para ilustrar esta Torre de Babel que seguimos creando. La palabra, un instrumento que se creó para que el hombre se pudiera comunicar y entender, es hoy día la herramienta más poderosa para generar la confusión entre los pueblos o las personas que habitan en una misma sociedad. Casos terribles son las manipulaciones propagandísticas a las que Goebbles sometió a la población alemana, a la que hizo creer que la victoria nazi se estaba produciendo incluso cuando Berlín estaba siendo masacrada por los tanques rusos. Pero entre los pueblos, la confusión no sólo acaece cambiándole el significado a palabras clave como libertad, tolerancia, solidaridad, caridad, talante, diálogo, matrimonio, derecho o género, etc, sino dando carácter cooficial en un Estado o en un continente a una variante dialectal que no debería pasar del mero uso regional. En el mundo hay unos 6.000 millones de personas, y existen aproximadamente 6.800 lenguas repartidas en más de 220 países. Es decir, las posibilidades para crear muros que dificulten el entendimiento crecen como el número de lenguas que se desarrollan. El hecho se agrava todavía más cuando en regiones como Cataluña o el País Vasco sus dirigentes nacionalistas no sólo quieren que su lengua se imponga en todos los estratos sino que buscan el asesinato cultural con la extinción del bilingüismo. En tiempos en los que es necesario sólo un idioma, la lengua del amor, como dice Benedicto XVI, "el orgullo y el egoísmo del hombre siempre crean divisiones, alzan muros de indiferencia, odio y violencia. Pero en medio de esta Torre de Babel el Espíritu Santo del domingo de Pentecostés "muestra que su presencia une y transforma la confusión en comunión.