SIN ESPINAS
Una paz injusta
Por Javier de la Rosa
2 min
Opinión26-03-2006
Decía el Papa Juan XXIII en su Encíclica Pacem in terris que la Paz en la tierra ha de fundarse en la Verdad, la Justicia, el Amor y la Libertad. Siendo más realista que pesimista, quiero decir que la solución al problema del nacionalismo y el terrorismo separatista en España -en los términos que se está planteando- depende más del azar que de una buena acción política. Simple y llanamente porque los cuatro pilares con los que se construye el edificio de la Paz, o no se cree que existan o no se conocen en su verdadera dimensión o no se respetan. La verdad es una realidad manipulada al antojo personal de está sociedad subjetivista; por lo que las posibilidades para llegar a un acuerdo se reducen a la mínima expresión. De hecho, no se cree en la existencia de la Verdad y en todo caso, si se acepta una verdad parcial, se relativiza su validez universal a instancia de factores externos y circunstancias. Sin una verdad que alcanzar para resolver la dialéctica del problema vasco ¿en qué se puede fundamentar la paz? En el mejor de los casos se coserán unos frágiles parches que no aguantarán demasiada presión o muchos baches. Ya hemos dicho en más de una ocasión que si uno quiere la paz en cualquier ámbito social, lo primero que tiene que trabajar es por la justicia. Además, de que una auténtica justicia se funda en la verdad -en la que hoy día no se cree- los términos de cualquier negociación con la banda terrorista en la que los dos interlocutores no se presenten en igualdad de condiciones hará injusto de raíz cualquier proceso de negociación. Para no caer en ese error de base es necesario el abandono definitivo de las armas y el reconociendo y respeto de las normas legales que regirán ese proceso de paz. Situación que tampoco se está dando. En el caso de que a este punto llegáramos en verdad y en justicia, la aplicación de los acuerdos que se hubiesen alcanzado requería de verdaderos esfuerzos de renuncia y entrega, incluso dolorosa de pertenencias que antes del proceso las partes podrían creer que les correspondía por derecho. Todo el proceso se habría llevado en el marco del respeto a libertad de los pueblos y las personas que los conforman si, como decía Juan XXIII, en los hombres que reclaman sus derechos hubiere aflorado también la conciencia “de las propias obligaciones; de forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber de reconocerlos y respetarlos”. Humanamente espero que el paso dado por los terroristas tenga un carácter irrevocable, cosa que no han manifestado. Sin embargo, dado los presupuestos con los que se plantea la situación, esta “paz” sólo será pretendida.
