SER UNIVERSITARIO
El bueno de mi hermanito
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión26-02-2006
El político de los intereses particulares que encuentra su máxima culminación en el supuesto régimen democrático muestra su peor rostro con su retórica de los sentimientos. Palabras hermosas sin orden ni concierto, falsa empatía y corazonadas desprovistas de sentido común son las armas de quien domina ideológicamente al pueblo quitándole poder de discernimiento y decisión. Si los universitarios no fuéramos conscientes de la gravedad de esta situación, incluso tendríamos cierto gusto en examinar cómo el actual Gobierno de España cumple el manual del perfecto manipulador con fidelidad a todas las miserias que ya denunciaba Platón hace 2.500 años. El discurso sobre la nueva Ley de Reproducción Asistida sigue el patrón de discursos ya denunciados aquí, como el derecho a una muerte digna, el derecho de los homosexuales y demás colectivos a inventarse nuevos modelos de familia, la apuesta por recuperar las raíces al margen de la razón, etc. Emotivismo facilón y razones insostenibles. En esta ocasión, la ministra de Sanidad asegura que el objetivo fundamental de esta ley es facilitar a las parejas la posibilidad de tener un hijo. Si esa fuera la verdadera razón, ¿Por qué una nueva ley? Ya lo facilita la aprobada en 2003. Si el objetivo de esta ley no puede ser el oficialmente declarado, porque eso ya lo cumple la legislación anterior, habrá que buscar las razones en lo que diferencia el actual proyecto del anterior. La primera diferencia es que se permitirá la curación de un niño enfermo con las células de un hermano-embrión sano. Esto supone, de entrada, que el bueno de mi hermanito no nace porque mis padres lo quieren, sino como un conjunto de células aprovechables para curarme a mí. Pero, además, ni siquiera está garantizado por la ley que esto sea así: el nuevo articulado sostiene que servirían para curar a “un tercero” (no necesariamente un hermano ni un familiar… ¿no suena eso más a negocio que a medicina?) La segunda diferencia es que se da vía libre a la selección genética de los embriones para distintos fines, no ya terapéuticos, sino “sociales” (como en el arranque de Un mundo feliz, de Huxley). Una tercera diferencia es que se elimina la prohibición del uso de embriones para fines comerciales, industriales o de investigación. En síntesis: esta ley no aporta nada nuevo a las familias que desean tener hijos; y tampoco mejora las condiciones de la anterior en el ámbito de la investigación para la cura futura de enfermedades. Lo que sí promulga por vez primera es: convertir a los embriones en medicamentos consumibles para recuperar la salud de terceros; seleccionar genéticamente a los embriones para distinguir entre buenos y malos, útiles o inútiles, según criterios “sociales”; y dar vía libre al uso comercial e industrial de los embriones sobrantes. Y todo esto, según Fernández de la Voge, desde su mundo de Yupi, se resumen en que “se abre una puerta a la esperanza de muchas personas que quieren tener hijos y un paso de gigante para luchar contra ciertas enfermedades”.