ANÁLISIS DE DEPORTES
Un proyecto ‘desinflado’ y en duda
Por Roberto J. Madrigal
3 min
Deportes22-01-2006
La primera vuelta termina con claros síntomas de preocupación en el Girona, pese a la clasificación in extremis para la Copa del Rey, en un equipo que fue presentado a bombo y platillo. La llegada como patrocinador de una inmobiliaria desconocida más allá del entorno próximo a Gerona ya era un elemento de duda. Más aún cuando, de repente, llegó dispuesto a gastarse en fichajes una cantidad desorbitante, propia de clubes con estructuras mucho más sólidas. No en vano, la última presencia en el playoff de los gerundenses se remonta nada menos que a 1990, y el equipo se había abonado en las últimas temporadas a conseguir la permanencia sin demasiado lustre. Más allá de que se pueda pensar que tanta inversión no es sino una manera de lavar dinero –que la especulación y los pelotazos no serían nada nuevo–, un proyecto ganador no se construye sólo con jugadores, por muy buenos que sean, si no va acompañado de un plan deportivo bien planificado que abarque además aspectos estructurales como el número de socios, los apoyos institucionales, etcétera. Y en ese aspecto, el Girona apenas ha crecido. Las primeras derrotas –es decir, dificultades– empezaron a poner en evidencia los engranajes del equipo, tales como la falta de un jugador como Raúl López, que asuma el liderazgo en la pista y haga jugar a un conjunto descentrado, tendente a la anarquía y poco comprometido. Después de una pretemporada y 17 partidos, por mucho que sólo tres jugadores continuaran del año anterior, es grave que aún no se haya sacado rendimiento a hombres como el lituano Dainius Salenga, el argentino Federico Kammerichs y un juego interior –más allá de la brega, sin demasiada brillantez, de Kevin Thompson y Germán Gabriel– que está demostrando ser un auténtico pufo. No es de extrañar, por tanto, que la soga se cierna en torno al entrenador, Edu Torres: sin embargo, su destitución no sería una solución –seguramente– sino un brete para el proyecto del club gerundense, que pondría aún más en la picota a los de Akasvayu, que tienen una bonita incógnita en reafirmar el apoyo al equipo –y seguir poniendo dinero– o bien acabar saliendo con el rabo entre las piernas y desprestigiados. Con semejante irregularidad y con un panorama no demasiado optimista, aunque a expensas de que el desarrollo de la segunda vuelta suponga una mejora evidente, es muy probable que la temporada del Girona termine siendo un fiasco. Bien porque no parece que Torres sea capaz de demostrar –pese a su experiencia de diez años en la ACB– la inventiva y el carácter para reeditar sus éxitos con el Lleida, que con una plantilla muy inferior consiguió ser la revelación cuatro años atrás. O bien porque un nuevo entrenador –se habla de Javier Imbroda, pero pongan el nombre que quieran– necesitará tiempo para conocer adecuadamente a los jugadores y encontrar un esquema que, siendo versátil, permita encajar a cada para conseguir su mejor rendimiento. En este sentido, quizá sea más una desventaja que una ventaja, incluso, el hecho de no disputar dos partidos a la semana, pues no existe tanto margen par las rotaciones de los jugadores. Y eso si no se termina reestructurando la dirección deportiva, porque con tanta ambición los que más parecen haber ganado han sido los agentes de algunas estrellas que no aparecieron –como sucedió con Anthony Peeler– y de otras que no están justificando su pedigrí.
