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SER UNIVERSITARIO

Geografías espirituales

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión27-11-2005

Ser patriota es amar al padre y al paisaje que han hecho posible la cultura donde uno nace. Es amar especialmente una lengua, una cultura, un arte, unas costumbres, unos colores, una gastronomía, unos olores, una música, unos lugares, etc. Ser patriota es agradecer y amar al ámbito cultural que te ha dado a luz y te ha configurado como persona durante los primeros años de tu vida y, muy posiblemente, será el punto de partida, el esquema fundamental, del que nacerá cualquier relación con el mundo y con las otras personas. Precisamente la propia identidad es la que hace posible una relación auténtica y profunda con lo variado. Eso es ser universitario: uni-versus, la armonía entre lo uno y lo múltiple. Un patriota ama al río que pasa por su aldea no porque sea hermoso, sino porque es el río que pasa su aldea. Pero el patriota es también capaz de amar otros ríos; es capaz, incluso, de reconocer que hay otros ríos más hermosos que el suyo. Los patriotas han existido desde que el hombre es hombre, porque amar lo propio pertenece a lo más íntimo del corazón humano. Otra cosa es ser nacionalista. Los nacionalistas no es que amen su patria, sino que odian al distinto, al invasor, al extraño, al supuesto opresor. La identidad del nacionalista se afirma en confrontación con el otro. No hay nación si no hay enemigo, como bien se empeñan en demostrar los partidos nacionalistas vascos y catalanes. Para una nacionalista sólo hay una realidad válida: la suya. El resto, no merece la pena, no hay integración ni relación posible. Es lo contrario del ser universitario, es la uniformitas pura: o se es así, o no se es. Un nacionalista no es que ame el río que pasa por su aldea: es que odia a los ríos que no pasan por su aldea. Especialmente odia a los más hermosos que no pasan por su aldea. Los nacionalistas no han existido siempre: son hijos de una organización política y cultural de apenas 300 años. Algunos, son inventos del siglo pasado. Desde 1998, la ley de Política lingüística establece que “el catalán, como lengua propia de Cataluña, lo es también de la enseñanza”. Como esto choca con la realidad social catalana, se habla con naturalidad el castellano (¡oh, gran pecado!), el Departamento de Enseñanza de Tarragona ha enviado una circular a todos los centros docentes de la provincia con groseras muestras de la perversión nacionalista: “El catalán debe ser la lengua de uso interno y externo del centro, en las explicaciones orales y escritas del profesorado y en la vida administrativa de la comunidad educativa (claustros, reuniones de departamento, entrevistas con los padres, etc.)” Esta obligación “afecta a todo el personal, docente y administrativo, a todos nos niveles educativos, a todas las materias y a todas las actividades dirigidas a los alumnos”, también “a los recién llegados escolarizados en las aulas de acogida”. El castellano, por supuesto, debe limitarse a las clases “de lenguas vivas distintas del catalán”. Ya que la elección de idioma, según Marta Cid, consejera de Educación, “no es una opción personal”. Esto muestra: primero, el daño que provoca el nacionalismo en las inteligencias, pues sólo un idiota puede creer que una norma así es aplicable; segundo, la mezquindad cultural de marginar una riqueza propia, como es el bilingüismo; tercero, el odio totalitario que pretende imponer un criterio ideológico sobre una realidad personal y social. Que nadie me malinterprete. Hay patriotas vascos y catalanes; y es hermoso escucharlos. Hay nacionalistas españoles; y resulta lamentable soportarlos. No es ésta una cuestión de mapas políticos, sino de geografías espirituales.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach