ANÁLISIS DE LA SEMANA
La postal del abuelo
Por Almudena Hernández2 min
Sociedad17-07-2005
Todas las tardes José se sienta bajo el emparrado, justito en la puerta de su casa, con una revista caducada en el regazo y un vaso de agua en la ventana. Antes ha estado durmiendo la siesta, de tirón, casi como un bebé. Cuando ha abierto esos ojillos de un envidiable verde tierno ha pedido la merienda. Es un glotón goloso de café con leche y magdalenas. Celebra cada visita como una fiesta: "¡Hombre! ¡pero mira quién ha venido!". Su carácter parlanchín y alegre del dicharachero que fue todavía le deja escapar algún cuentecillo, alguna canción de hace décadas o aquella batallita remota de años ha. A todos da conversación: a la vecina que pasa después de la compra, a la visita semanal del cura, al inmigrante tímido, al niño que corre detrás de la pelota, al gitano que vende melones... El abuelo es mayor pero no está viejo. En un puñado de ocasiones los médicos no dieron un duro por él. Y ahí está, otro verano más. Soportando el calor bajo la parra de la puerta, alegrando la calle mientras la televisión a todo volumen sirve de banda sonora a la postal. Está un poco sordo, eso sí, por eso se escucha el telediario a todo trapo con esas noticias de un mundo (que presume de progreso y modernidad) al que nadie entiende con tanta violencia y desastre. El abuelo se pone triste cuando alguna de esas imágenes que observa en la escandalosa caja tonta le recuerdan a la guerra que vivió. Atiende en silencio a otras que no entiende y a algunas que le asombran. Pero se aburre pronto, a no ser si hay toros en la pantalla, y regresa la mirada hacia el couché caduco de famosas y ministras, de esas que lucen palmito en fiestas, cócteles e inauguraciones. Un día de estos, cuando despierte de la siesta, José tendrá otra cosa que leer: quizás la postal de una nieta que se marchó de vacaciones y se acuerda de él.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo