CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
El aburrimiento comunicativo
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión03-07-2005
El mayor pecado del comunicador es el aburrimiento. No lo dice McLuhan, ni Timoteo, ni Alsina, Martín Aguirre o Desantes. Lo dice el arzobispo John Patrick Foley. Lo dice un predicador que teme hablar de lo más valioso que hay en su vida, de Dios, del motor de su existencia… hablar de lo más grande y, aún así, no llegar, no convencer, aburrir con sus palabras, morales y beaterías de siempre. Ese es el mayor pecado del comunicador: anunciar la Buena Nueva y que el receptor interprete que aquello es la Indiferente Vieja. Repaso los periódicos de esta semana que he pasado fuera y todo lo veo viejo. No porque sean periódicos de anteayer, tampoco porque cuenten cosas poco importantes. Todo lo veo viejo porque no hay corazón, encuentro, desvelamiento de lo profundo, admiración por los misterios, alegrías o enfrentamientos del hombre. Leo el periódico y no descubro el sentido de sus páginas, ni el impulso profundo que mueve quienes protagonizan las noticias, ni la relevancia personal y futura de los acontecimientos de nuestro tiempo. Sólo veo datos, asfixiantes interpretaciones simplistas, caricaturas humanas, argumentos de tómbola y mesas marcianas, análisis mezquinos, relatos de consumo rápido e indigestión segura. ¡Que vuelva la épica! Que un trovador nos recuerde que hay ideales por los que vivir; compañeros con quienes uno está dispuesto a morir; vidas dignas de imitar; corazones dispuestos a ser transformados; batallas por las que luchar; verdades que defender; amores que proteger; riesgos que correr; apuestas que ganar. ¡Que vuelva la épica! Que los ojos marchitos de los periodistas de ciudad reciban sabia nueva y descubran lo profundo de sus propios corazones, y de los corazones de quienes informan, y de los corazones de aquellos a quienes informan. ¡Que vuelva la épica! Que un nuevo periodismo cargado de ideales, verdades, retratos profundos de sus protagonistas… nos muestre una cara más real y honda que el mundo superficial, ideológico e inventado al que ya nos tienen demasiado acostumbrados.