SIN ESPINAS
Un fracaso de todos
Por Javier de la Rosa2 min
Opinión06-06-2005
Cuando los poderes fácticos -políticos, económicos y mediáticos- echan a la gente a la calle, acuden al primer recurso de agitación posterior al fracaso de cualquier negociación política. Es decir, los dirigentes de un partido determinado aprovechan sus mecanismos de propaganda y difusión para movilizar a un colectivo previamente sensibilizado. Al tratarse de la violencia asesina -siempre generadora de odios-, basta soplar un poco sobre las ascuas de los indignados ciudadanos para alentar la llama callejera. Lo más terrible de los últimos años que no hace sino corroborar esta realidad, es que son los propios políticos de una y otra “ideología” los que encabezan la primera fila y sujetan las pancartas de este tipo de manifestaciones. Suma desfachatez, si tenemos en cuenta que esta actividad sólo debería ser una mera expresión pública de una ciudadanía hastiada por la incapacidad de sus dirigentes para solventar satisfactoriamente el problema reivindicado. En vez de trabajar por la solución de los problemas, estos políticos convocan, promueven y participan en estas manifestaciones de manera directa o indirecta. La dinámica en la que hemos entrado no construye más que crispación en la sociedad. En una democracia verdadera y bien articulada, los ciudadanos sólo deberían tener que manifestarse en las urnas para mantener o cambiar a las personas en quienes delegan para defender sus intereses. Por eso, los que califican de éxito una manifestación como la de las víctimas o la del "no a la guerra" o como otras muchas que desgraciadamente se repiten cada día más, son unos inconscientes. Yo no estoy en contra de las reivindicaciones públicas, sólo digo que si tenemos que molestarnos en salir tanto a la calle ¿para qué tenemos un Gobierno, un Congreso y unos diputados? La “derecha” no ha de estar orgullosa de movilizarse para estas cosas, porque lo único que ha hecho es imitar lo peor de la izquierda. Grita en la calle quien no tiene argumentos, no confía en los frutos del verdadero diálogo y prefiere la convulsión a la distensión, que por otro lado requiere menos trabajo y obtiene más frutos a corto plazo. Lo peor es que cuando a una sociedad se le acostumbra al grito en la calle, el camino hacia el disturbio y la sublevación es mucho más corto. ¡Así que “enhorabuena” a todos!