ANÁLISIS DE DEPORTES
De cobardes e intransigentes
Por Roberto J. Madrigal
3 min
Deportes22-05-2005
Espectáculos tan bochornosos como el de los vándalos y cobardes –ni aficionados, ni ultras, ni nada: cuatro valentones de poca monta incapaces de dar la cara– que rompieron una valla y se metieron al entrenamiento del Atlético de Madrid a insultar y amenazar a los jugadores no merecen mucho más comentario. Sí lo merece, en cambio, la reacción del club rojiblanco: lo primero, en el mismo momento de los hechos, lo único que se le ocurrió a un empleado fue pedir a los cámaras de televisión que dejaran de grabar. Por bochorno, lo que hizo fue privar a los jueces de pruebas para identificar a los agresores y que la sanción que el club impondrá a esos socios no se pueda aplicar. Por si fuera poco, César Ferrando no tuvo valor para llamar a las cosas por su nombre y condenar con firmeza el suceso. Luego, ni los jugadores ni el presidente, Enrique Cerezo, han tenido mejor solución que dar la callada por respuesta. ¿Acaso no tienen la conciencia tranquila? ¿Qué tienen que ocultar? El enfado que puedan tener los aficionados por la marcha del equipo –y el fracaso por no entrar en la Copa de la UEFA es evidente– nunca puede justificar la tibieza contra los violentos. Los buenos aficionados, y en el Atlético los hay, saben separar el grano de la paja, y lo mismo que reclaman al presidente que se marche –la gestión de la familia Gil y sus allegados tiene muchos puntos oscuros–, son los primeros en rechazar la violencia. Qué pena –y qué vergüenza– que los dirigentes no sepan estar a la altura. Incluso se comenta, no sin fundamento, que el acto estaba preparado para desviar la atención. Cuidado, que la acusación es grave y no sería la primera vez que sucede. También quienes están detrás de la huelga convocada por la asociación de jugadores de baloncesto (ABP) para los playoff de la liga ACB ha pecado de inoportunos e injustos. Al margen de otras razones más o menos discutibles, en los tiempos de la libre circulación de trabajadores en Europa está fuera de lugar reclamar, y más por las bravas, un cupo de jugadores españoles. Tampoco es de recibo reclamar una mejora para todos los clubes en un momento en que sólo ocho de ellos compiten y el perjuicio deportivo –el título está en juego– puede ser mayúsculo: el momento de una huelga era antes, durante la temporada regular. La voluntad de la ABP de imponer los cupos, que no negociarlos, puede provocar el efecto contrario al que pretende el sindicato: por lo pronto, a la vista de que pueden perder competitividad –y en la Euroliga, que camina hacia la eliminación de los límites de extranjeros, aún más–, no sería de extrañar que los clubes, para curarse en salud, apenas quieran tener a un par de nacionales en la plantilla, por cumplir el expediente, y que de mantenerse la huelga, estos jugadores en los partidos no tengan ni un solo minuto. ¿No sería muchísimo peor? Entonces, ¿por qué la ABP sigue acusando a la ACB, la toma incluso con el Consejo Superior de Deportes, que ha intentado mediar, e insiste en pretender que la promoción de jugadores españoles y el buen rendimiento deportivo son incompatibles? Por favor, bájense del burro y estudien alternativas. La asociación de clubes no es el enemigo.
