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SIN ESPINAS

Mirándose a los ojos

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura3 min
Opinión12-05-2005

Parecía un matrimonio en el que ambos rondaban los 40 años. Ella conservaba su belleza de juventud y él lucía ya las atractivas canas de los cuarentones. Se habían sentado en el banco de un parque a primera hora de una luminosa tarde de mayo para discutir sobre la educación de su hija. El tono alto y grave de ella -se le podía escuchar bien a 20 metros- contrastaba con el liviano y retraído de él. Era ella la que reprochaba y él quien se sentía acusado. En el escenario bucólico de un primaveral parque en el mes de mayo, los que habían engendrado juntos la hermosa vida de una niña, discutían ahora sobre la fractura del sueño que imaginaron juntos de novios también en un sitio como ese. El tono de la discusión se agudizaba y ella dejaba entrever que ambos estaban, al menos, separados. “La culpa es tuya, irresponsable”, le espetaba ella. “Tú también eres culpable”, le increpaba él. “No, tuya", replicaba ella, "porque si te hubieras preocupado de decirme que me estaba equivocando, que la estaba mal educando, ahora no pasaría esto”. La niña era la excusa, el arma arrojadiza como en tantas ocasiones, pero el verdadero problema lo tenían ellos -todavía marido y mujer-. Un joven apunto de emprender con su novia el mismo viaje que ellos comenzaron hace algunos años divisaba sin querer la escena. Había dejado la puerta del coche abierta mientras le quitaba el candado al volante del coche. Sentía algo de tristeza por lo que estaba observando: un trozo de rencor y desamor en medio de una pareja bella que buscaba el encuentro sin saberlo. Y que lo hacía -también ignorante- revestida por el verde marco iluminado de un sol amable y un viento cariñoso. ¡De pronto! justo después de sentir pena, empezó a buscar un papel en la guantera, cogió el bolígrafo que tenía en el salpicadero y escribió con convicción: “el amor y el perdón lo superan todo”. Después sus manos se fueron a su cartera donde encontró una estampa que días antes le había regalado un amigo venido de París. La imagen era de la corona de espinas y por detrás estaba escrito el padrenuestro en francés. Con su mensaje escrito en el papel y su estampa traída de la catedral de Notre Dame -y después de haber dudado y temido durante unos segundos- salió del coche diligente y se acercó a la pareja. Ellos interrumpieron su discusión y giraron la cabeza hacia el muchacho cuando a éste le quedaban unos metros para llegar a ellos. Ella fue la primera en mirarle, su marido la siguió. "Esto es para ustedes", le dijo el joven a ella al tiempo que le entregaba el papel y la estampa. Y les añadió: “perdonen si me entrometo donde no me llaman”. Ambos volvieron a mirarse en silencio y, sin decir nada, ella leyó el papel discretamente y se lo paso a él. Él lo leyó discretamente y la miró a ella. Los dos se miraron y permanecieron callados hasta que el chico llegó a su coche, lo arrancó y se marchó. Después aquel valiente entrometido no pudo saber que pasó, pero cree que los despidió mirándose a los ojos.

Fotografía de Javier de la Rosa