SIN ESPINAS
Nuevos aires de santidad
Por Javier de la Rosa
3 min
Opinión25-04-2005
Con el acto de entronización del Papa Benedicto XVI han concluido los extraordinarios hechos acaecidos desde que Juan Pablo II comenzara la agonía final de su magnánimo Pontificado. En este tiempo entre su muerte y la asunción de responsabilidades por parte del nuevo y supremo pastor de la Iglesia, un inmenso número de personas en todo el mundo nos hemos visto interpelados de alguna manera por estos sucesos. La fuerza que ha desprendido el acontecimiento ha impregnado rincones inimaginables. Todo comenzó el día en que un hombre llamado Karol murió. En ese momento, una explosión de luz que partía de la ventana de una habitación del Vaticano empezó a iluminar -en haces de permanente irradiación- muchos corazones del planeta. El fenómeno ha ocurrido en plena Pascua. El último calvario de Juan Pablo II comenzó el viernes, día en que murió el Señor. Falleció un sábado por la noche, la víspera del domingo, día de la Resurrección y la fiesta de la Misericordia Divina, celebración instituida por él durante su pastoreo. Juan Pablo II ha fallecido en el año dedicado a la Eucaristía, que significa Acción de Gracias. Ha muerto en el 150 aniversario de la aceptación del dogma de la Inmaculada Concepción de María, Madre de Dios, a cuya divina persona entregó todo su pontificado a la voz de: Totus tuus ego sum, María (Todo tuyo soy, María). Las cantidades, los números, las previsiones humanas se han desbordado, aunque al final todos han cabido. Las sensaciones, los sentimientos, las reacciones de muchos corazones han conmovido a propios y “extraños”. Uno mismo no entiende y no sabe adonde le lleva el espíritu cuando Alguien indescifrable sopla un aire indescriptiblemente cálido que lo eleva como un globo aerostático. ¡Sursum corda! ¡Arriba los corazones! Eleva tu mente y tu corazón hacia lo mejor: la inteligencia hacia su uso racional y el ánimo hacia el valor y la esperanza. "¡Levantaos, no tengáis miedo!" (Mt 17, 7). Y, de repente, los corazones dormidos por una fe sedada se calientan y empiezan a volar de nuevo. Los hechos señalados por la Providencia para la cesión del testigo parecen haber terminado. Un testigo de Esperanza ha cedido el testigo de la Fe a otro testigo del Amor y la Caridad de Cristo Resucitado. Así se resumen los dos mil años de historia de la Iglesia de Dios. Un Maestro que dice ser el Camino, la Verdad y la Vida y sus testigos que lo corroboran a lo largo de todos estos años con más y menos acierto. Y terminamos con la entronización del nuevo Papa justo el domingo de la quinta semana de Pascua en el que el Evangelio resume estas mismas palabras. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Por último, el salmo responsorial de este domingo nos deja más estupefactos al comprobar que en él los fieles suplicamos a Dios que envié su Espíritu para que renueve la faz de la tierra. Que Dios ha respondido exactamente a esa petición durante estos días es lo único que me permite explicar y entender con mi escasa fe lo que ha podido pasar. Algo que de la mano de Benedicto XVI otorgará a la Iglesia de Cristo nuevos aires de santidad.
