SIN CONCESIONES
Más allá de la vida
Por Pablo A. Iglesias2 min
Opinión03-04-2005
Murió tras una larga enfermedad. A nadie sorprendió pero a todos pilló desprevenidos. La muerte siempre llega cuando menos la esperas. Yació sobre la cama. Fue una muerte serena, paulatina, sosegada, como una vela de cera que se apaga como un susurro. En sus adentros, rezaba a Dios y a María. Siempre fue amante espiritual de la Virgen. Luchó hasta el último aliento para seguir viviendo. Pero, cuando escuchó la llamada divina, acudió obediente a la cita angelical. Ahora descansa junto a Dios, Jesucristo y Karol Wojtyla. He aquí el homenaje para una mujer que, con mi misma sangre y apellido, vivió casi 60 años de servicio a los demás. Mi tía Loli era una católica convencida que daba testimonio diario de su fe. De joven sintió la vocación religiosa aunque Dios le tenía reservada la otra vocación que toda mujer posee en esta vida: ser madre. Cumplió cum laudem la tarea hasta que, casi al mismo tiempo que Juan Pablo II, regresó a lado de Dios. Como el Papa, su muerte es un testimonio de fe para quienes creemos y una prueba de la existencia del Padre para agnósticos y ateos. Todo el que la conocía habla maravillas de ella. Un milagro entre españoles. Lo mismo ocurre con el Papa. Desde Roma hasta Pekín, desde Rusia hasta Brasil, todos ensalzan el Pontificado del Papa viajero. Independientemente de ideologías, creencias, razas, nacionalidades y gustos, todo el mundo aclama a Juan Pablo II. Hasta una laicista declarada como la vicepresidenta primera del Gobierno de España, María Teresa Fernández de la Vega, lamenta la muerte de Wojtyla y le define como "referente importantísimo" en el último cuarto de siglo. Hacen falta dos milagros para ser santo. Vistas las reacciones, el Papa ha logrado el primero: aunar opiniones casi unánimes en torno a su Pontificado. El segundo gran milagro de Juan Pablo II es proseguir la tarea evangelizadora después de muerto. En un momento histórico en el que la religión parece pasada de moda, en el que los gobernantes promueven el laicismo, en el que la Constitución Europea no reconoce sus raíces cristianas y en el que las vocaciones decaen, el Papa da testimonio de fe -primero- moribundo desde la cama y -después- con sonrisa tan feliz como inerte. Ni Wojtyla ni Loli temieron nunca a la muerte. Los que nos quedamos aquí lloramos por ambas pérdidas. Cada lágrima recuerda un momento de dicha vivida a su lado. Sin embargo, pese a todo, estamos felices. Sabemos que más allá de la vida hay otra vida mejor. Ellos ya están en la Gloria.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito