LA RÉPLICA
‘Atleta de Dios’
Por Roberto J. Madrigal2 min
Deportes03-04-2005
La insistencia en el deterioro físico de sus últimos días, teñida de pesimismo, viene a ocultar que la vida de Karol Wojtyla ha sido un testimonio, entre otros, de una vitalidad contagiosa, prolongación de una personalidad cimentada en convicciones profundas, abierta al diálogo ecuménico y a la búsqueda de la paz. Sin esa tenacidad, propiciada por un estilo de vida activo –en el momento de iniciar su pontificado, el Papa viajero practicaba el esquí, el fútbol, la natación y el montañismo, entre otros deportes–, Juan Pablo II no hubiera tenido una resistencia tan extraordinaria para sobreponerse a las adversidades que se le presentaron por el camino y mantenerse lúcido hasta el final: aun a pesar del atentado sufrido en 1981 y la enfermedad de Parkinson que lo aquejaba desde 1992, el Papa nunca cejó en su empeño de cumplir con sus obligaciones, de plasmar en su vida la herencia ilusionante que supone ser el sucesor de Pedro, la cabeza visible de la Iglesia. No quedaba esperanza para el hombre, pero él mismo afirmaba la paradoja de estar contento y exhortaba a todos a estarlo con él. La esperanza, la vida, se prolonga en un ejemplo de fe que impulsa al seguimiento fiel, constante, de unos valores lícitos y universales, por encima de críticas o afinidades con él. La aceptación en el seguimiento del designio divino, la voluntad serena y firme al tiempo con que ha afrontado sus últimos momentos, son un signo de que Juan Pablo II no habrá muerto. Al margen de las comparaciones fáciles con los atletas que se reconocen católicos –con el valor que supone hacerlo en un mundo que margina todo lo que no es políticamente correcto– y los muchos que han conocido en persona al Sumo Pontífice y raro es quien no haya reconocido la influyente personalidad de Juan Pablo II, lo cierto es que su figura representa valores atemporales, inmortales. La generosidad, el espíritu incansable de trabajo, la cercanía con los que sufren, con los jóvenes… incluso la firmeza con que ha criticado al mundo actual. Muchas de las cualidades que ahora se ensalzan del Papa –y otras que no tanto–, en realidad, no sorprenden: entroncan en realidad, entre otros, con los viejos principios que proclamaba hace un siglo otra personalidad extraordinaria, el barón Pierre de Coubertin: altius, citius, fortius (más alto, más lejos, más fuerte). Conviene no olvidarlo en los tiempos que corren, movidos por el profesionalismo a veces exacerbado, ése que en su vorágine llega a perder su norte y se replantea los límites éticos. En tiempos de duda, la respuesta quizá sea más sencilla de lo que parece: sabiendo rastrear en la memoria para superar el relativismo de los tiempos, sabiendo mirar adelante, es posible encontrarla.