CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Desvinculados
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión13-03-2005
Leí en un viejo manual de historia de la sociedad de masas es fruto del crecimiento de una clase social rural que emigró a la ciudad industrializada y rompió sus vínculos fundamentales: Dios, familia y tradición. Es lo que tienen los viejos libros de historia: no nos aturden con datos, fotos y sumas enteras de episodios inconexos, sino que nos regalan claves fundamentales que nos ayudan a pensarnos y a crecer como personas. Romper el vínculo con Dios llevó a los hombres a perder la esperanza definitiva y a no soportar el sufrimiento. Romper el vínculo con la familia dejó al hombre desprotegido y lleno de neurosis e inseguridades. Romper el vínculo con la tradición le hizo olvidar de dónde viene y, por lo tanto, quién es y a dónde va. Hubo una filosofía, una idea, que se adelantó a esta realidad y que supo esperar a las generaciones suficientes para ser comprendida. Ya lo anunció Nietzsche: moriría como genio incomprendido, pero llegaría el momento de su gloria, y llegó. El super-hombre, el individuo autónomo que no necesita de nada ni nadie para ser pleno y feliz. El hombre desvinculado de todo y todos hizo suya aquella filosofía. Nace el individualismo radical entre los fuertes. Para los débiles sufridores carentes de esperanza definitiva, surgen los líderes del paraíso en la tierra nace: el colectivismo radical. Individualismo y colectivismo, las dos formas definitivas de desvinculación y despersonalización, germen de la alienación. Las masas, de individuos o de colectivos -“masa” es un concepto cualitativo, no cuantitativo-, son fácilmente manipulables y configuran nuestro actual sistema político, la “democracia pervertida”, lo que los griegos llamaron “Demagogia”. Las soluciones a la miseria política y social en la que andamos inmersos no son fáciles y han de plantearse en diversos frentes: educación, familia, medios de comunicación, legislación, etc. Pero, en todos ellos, la idea motriz debe ser la misma: frente a la “masa”, recuperar el sentido de “comunidad”, de personas fuerte y adecuadamente vinculadas entre sí y orientadas a elevados proyectos comunes. Se lo decía el viejo zorro al Principito de Saint-Exùpery: “crear lazos” y saber mantenerlos. Ese es el secreto.