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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

¬Million dollar baby¬

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión06-03-2005

Antes de continuar, querido lector, te advierto de que si no has visto la última de Clint Eastwood este artículo puede destripártela. Será mejor que me abandones ahora y vuelvas sobre mí después de disfrutar de la triunfadora de los oscars. ¿Te quedas? Pues empiezo. Debería sorprender, y conmover, que en la última edición de los oscars la Mejor Película (Million dollar baby) y la Mejor Película extrajera (Mar adentro) cuenten historias cuyos protagonistas renuncian a una vida dolorosa por el fundido a negro de la muerte. Algunos ven grupos de presión anti-vida detrás de los premios. Yo, la verdad, solo veo una manifestación más de la crisis de valores que presenta cierta Postmodernidad. No obstante nuestra sorpresa o conmoción, creo que es importante distinguir entre la película del joven cineasta español y la del viejo cowboy estadounidense. Mar adentro es una película marcadamente ideológica. Lo es el personaje en que está basada la historia; lo es el modo en que está contada y promocionada; lo es el modo tremendamente falaz en que se nos vende la opción suicida como ejercicio de libertad, dignidad y vida plena. Someter la realidad a fines ideológicos rebaja la calidad, coherencia y empaque de la obra. Million dollar baby no vende la bondad de la eutanasia ni en su promoción, ni en su discurso ideológico (del que carece), ni en su discurso fílmico (donde la acción de eutanasia, lejos de suponer la realización de un sueño, marca su definitivo fin). Million dollar baby no es un filme sobre eutanasia, como no es un filme de boxeo: cuenta, más bien, cómo personas desvinculadas de su familia no encuentran dónde agarrarse para sobrevivir. Se abrazan a valores y metas efímeras, como son el éxito deportivo y la vida tranquila (“protégete siempre”), y cuando el único horizonte del hombre es así de limitado, la tragedia ya queda anunciada. Million dollar baby, en la línea de otras obras maestras de Eastwood como Mystic River, nos presenta una honda reflexión trágica sobre la condición humana. Eastwood, quien ha encarnado el mito del super-hombre en sus spaguetti-westter y en la serie de Harry El Sucio, sabe que ese super-hombre no existe. Que el mito del individuo autosuficiente capaz de trastocar el mundo a su antojo, y de lograr su realización creando sus propios valores e imponiéndose con la ley de su fuerza al resto, no puede hacerse realidad. El viejo Eastwood sabe que la eutanasia es la derrota final, aunque alguien pretenda engañarse, y así acontece en la película. A lo que Eastwood no apunta, aunque eso no le resta valor cinematográfico a la película, es a la posibilidad del hombre de vincularse a valores superiores, que trasciendan sus limitaciones individuales e incluso su vida en este mundo. Sólo así el sufrimiento cobra sentido y cualquier vida merece ser vivida. Sólo así la visita de la muerte, que no el suicido, puede contemplarse con alegría y serenidad de espíritu. Sólo así se produce la victoria. Esto, Eastwood, que parece desconocerlo, no nos lo ha podido enseñar. Pero fue honesto con reflexión y cualquier otro final, de la mano de personajes tan encerrados en sus miedos y miserias, hubiera contentado a muchos, pero no hubiera sido realista. El cine y el arte, más que mostrar o valorar acciones morales, ha de imitar acciones reales, sin hurtar las causas ni las consecuencias. Y eso hace el crudo y sincero cine de los últimos años de Eastwood. La reflexión moral, para los filósofos. Ojalá otros artistas hicieran lo propio.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach