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ANÁLISIS DE LA SEMANA

Acoso y derribo

Fotografía

Por Gema DiegoTiempo de lectura1 min
Economía23-01-2005

En algunas partes del mundo, y aun en algunos sectores del país, se sigue sin ver clara la separación entre Iglesia y Estado –una idea ya esbozada en los propios Evangelios-, pero se ve todavía menos clara la diferenciación entre Estado y grandes empresas. Vamos hacia un mundo globalizado con dos tendencias contrapuestas, una sociedad de grandes compañías sin patria ni bandera, integradoras de varias nacionalidades en su interior; pero, a la vez, de empresas que saben que tienen un papel que va más allá de maximizar sus beneficios, que poseen una responsabilidad social que las empuja a cuidar el medio ambiente, a crear puestos de trabajo a, en fin, contribuir a crear un entorno óptimo para el ser humano. Las empresas deben asumir estas dos vertientes, pero los gobiernos aún deben darse cuenta de que aquéllas tienen capacidad para cumplir lo que de ellas se requiere. Hasta ese momento, aún habrá quien considere que las empresas –y los bancos- son instrumentos para lograr sus fines, y quien piense que lo mejor es poner al frente de ellas a personas de confianza, que allanen el camino al Ejecutivo cuando éste necesite de su ayuda. Parece mentira que, por un lado, estemos trabajando para fortalecer y dar más poder a la Unión Europea, mientras que, por el otro, se hagan declaraciones en favor de falsos prejuicios nacionales y se propongan planes fragmentarios, órdagos contra lo legalmente establecido. Al final, la solución es que el Gobierno se quede donde debe estar, supervisando los atentados contra la libre competencia, y que no meta sus narices donde nadie le llama. Sobre todo, si los que necesitan la ayuda estatal más que nadie siguen todavía desamparados, a expensas de conseguir una cantidad de dinero salvadora. Los planes de acoso y derribo se han quedado anticuados.

Fotografía de Gema Diego