La traca de Carew

Por Roberto J. Madrigal2 min

El Arsenal vino con la lección aprendida de su anterior escarmiento en Valencia, hace dos temporadas. Y merced a un impresionante Thierry Henry, que se convirtió en la pesadilla de la zaga ché, tuvo argumentos para haber podido lograr su objetivo. La movilidad del único delantero dispuesto como tal por Arsène Wenger –su compatriota Wiltord jugó en la banda derecha– provocó numerosos quebraderos de cabeza a Pellegrino y Ayala, que se las veían para cubrir las espaldas de Reveillère y Carboni. El talento del francés, de hecho, estuvo a un paso de hundir a los de Rafa Benítez, en un momento tan delicado como el comienzo de la segunda mitad. Los gunners dominaron el esférico en los primeros minutos y lo movieron con ritmo, al compás de Henry. Y metieron el miedo en el cuerpo: el Valencia no se terminaba de ubicar, toda vez que con la ausencia de Baraja, el equipo jugó con Albelda como único pivote. Hasta que no se percató Vicente de que le convenía ayudar en la defensa, en lugar de escorarse a la banda, y hasta que Pablo Aimar no se retrasó unos metros, no lograron los españoles imponer su superioridad técnica y hacerse con el mando del partido. No obstante, un solo destello de magia del media punta argentino logró habilitar a Carew para sacar el billete de los cuartos de final. Pero la conjura fallera –después de la nit del foc y horas antes de la cremà– tuvo su efecto: levantar de la adversidad un Valencia que encontró en John Carew a su valedor: el espigado ariete noruego volvió a demostrar que es el hombre adecuado para resolver las misiones más difíciles –para las sencillas es otra cuestión–. El noruego, con un cabezazo imposible, logró devolver la tranquilidad a la grada de Mestalla, que se rindió a sus pies: el conjunto londinense, a pesar de llegar con la vitola de invicto, se veía fuera de Europa. Los ingleses, poco a poco, se fueron diluyendo contra un Valencia que se hizo con el dominio del tempo. Ahora bien, orgullo no faltó a los del Arsenal, que murieron matando, asediando la meta que comenzó defendiendo Cañizares y más tarde Palop.