La Broma Infinita, de Davide Foster Wallace es uno de esos libros que tu primo/cuñado/amigo intelectual te recomienda mientras se ajusta sus gafas de pasta. Te dice que es la crítica definitiva social y que tienes que leerlo porque si no eres parte de la masa social y no despertarás nunca del opiáceo sueño apolítico en el que los que mandan nos tienen sumidos (¡oveja!). Y tú, como buena persona con ganas de tener un juicio crítico, te vas a la librería más cercana a por un ejemplar.
Entonces llegas, ves que el libro son 1.200 páginas y te dices a ti mismo que ser un borreguito rollo Norit no está tan mal.
¿Merece la pena? En opinión de este redactor, sí. Pero no es una lectura fácil. No sólo por a extensión, sino por lo caótico del contenido y lo desprovisto que pilla a cualquier lector no-underground. Wallace, que murió hace casi dos años (se suicidó, como todo buen crítico inconformista despreciador de la sociedad), fue conocido por su talante provocativo y transgresor y su incorrección política, lo que le hizo abanderado de la poco originalmente llamada Next Generation.
La Broma Infinita está considerada la culminación y el paroxismo de toda esa mala leche que caracterizó a su autor. Es una obra ambiciosa y caótica, construida superponiendo varias líneas argumentales que en su totalidad forman un cuadro trágico y crítico, triste y chocante, que no dejarán a ningún lector indiferente.
Este libro hay que cogerlo con muchísimo cuidado. Y leerlo con mucha paciencia. En internet hay blogs cuyo único propósito es contar las reflexiones de un lector de la obra capítulo a capítulo, así que algo sí que tiene que dar que pensar. Pero son 1.200 páginas enrevesadas, retorcidas y maquiavélicamente diseñadas para atrapar al lector y abofetearlo repetidamente.