Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

SIN CONCESIONES

Connivencia con el terrorismo

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura4 min
Opinión01-04-2016

Somos unos hipócritas y un tanto miserables. Cuando el terrorismo yihadista comete un atentado en Bruselas nos echamos las manos a la cabeza y la alarma social dura semanas. Las cadenas de televisión mandan a sus estrellas para informar in situ con un espectacular despliegue que sostenga el interés de la audiencia. En cambio, cuando el terrorismo yihadista mata al doble de personas en Pakistán apenas ocupa un minuto en los informativos, cuando secuestra a 300 niñas en Nigeria pasa desapercibido hasta que Michelle Obama -semanas después- lanza un foto y un hasgtag en Twitter y cuando los que mueren son un grupo de coptos en Egipto ni siquiera sale en los periódicos. Colegas de profesión, flagelémonos por este doble rasero y este amarillismo en el que prima el espectáculo sobre el fondo y la audiencia sobre la verdad.

En la información sobre el terrorismo prima el espectáculo sobre el fondo y la audiencia sobre la verdad
Todos los atentados terroristas, sean de quien sean, tienen dos elementos en común: asesinan al que piensa diferente y matan de forma indiscriminada, sin importar que la mayoría de las víctimas sean niños que juegan en un parque. Así acaba de pasar en Pakistán pero cada semana sucede en Iraq y casi todos los días ocurre en Siria. El objetivo prioritario de los terroristas son los cristianos, considerados infieles demoníacos como si aún viviéramos en la época de las Cruzadas. Pero a estos terroristas no les importa aniquilar por el camino a otros hermanos musulmanes porque todo aquel que no interpreta el Corán con su visión dogmática y totalitaria merece la misma muerte. Son traidores a ojos de su neurótica yihad. Hay más de 1.500 millones de musulmanes en el mundo y sólo una pequeña parte son radicales capaces de inmolarse en el aeropuerto de Bruselas o en un mercado de Bagdad. El islam no es el problema, como no lo era el cristianismo cuando la Santa Inquisición quemaba a inocentes en la hoguera o el Ku Klux Klan ahorcaba a americanos de raza negra.

El origen del problema tampoco está en los errores de política exterior cometidos hace más de una década, por mucho que algunos sigan anclados en la última guerra de Iraq. José María Aznar abandonó el Gobierno de España en 2004, Tony Blair salió de Downing Street en 2006 y George W. Bush está retirado desde 2009. Aun así no faltan resentidos que achacan a la foto de Las Azores los males que asolan el planeta 13 años después. Ninguno de esos iluminados culpa a Barack Obama pese a incumplir su promesa electoral de cerrar Guantámamo o pese a financiar guerras similares a su antecesor. Cierto es que el afroamericano parece mucho más simpático que su antecesor texano, pero eso no le convierte en santo ni justifica que le regalaran el Premio Nobel de la Paz sin merecimiento.

Hay quienes buscan excusas para no condenar rotundamente los atentados y resucitar el No a la Guerra

El terrorismo es terrorismo, irracional e injustificable. Lo era durante las cuatro décadas que ETA asesinaba en España, lo era cuando dos decenas de islamistas de Al Qaeda estrellaron tres aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York y contra el Pentágono en Washington y lo sigue siendo cuando los yihadistas cometen matanzas indiscriminadas en las grandes urbes de Europa. Quienes buscan excusas para no condenar rotundamente los atentados e inventan argumentos para resucitar el No a la Guerra de los Bardem y compañía deberían callarse por respeto a las víctimas, ya que al menos no lo hacen por vergüenza. Quienes -como el alcalde de Zaragoza- parece que nada aprendieron del terrorismo de ETA y repiten ahora los errores inmorales e imperdonables del pasado es que son unos ignorantes o, peor aún, unos desertores que prefieren alinearse junto a los criminales con sus matices al Estado de Derecho.

La lucha contra el terrorismo admite pocos grises porque cualquier matiz sólo sirve para quebrar la unidad de los demócratas y dar la razón a la barbarie. El terrorismo no permite diferencias entre tipos ni escalas. Cualquiera es dramático, incomprensible, desgarrador… Tratar de entender o simplemente explicar por qué matan los terroristas supone justificar en parte sus crímenes. Esa actitud, como el silencio frente a determinados atentados, sólo allana el ojo por ojo de los yihadistas y, en consecuencia, el diente por diente de los gobiernos occidentales que responden con bombardeos. La fuerza de la democracia no está en las armas, sino en la ley y en los tribunales. No debe importarnos por qué matan los terroristas. Sólo debe importarnos su detención, condena e ingreso en prisión para que paguen por las vidas que han aniquilado con su fanatismo.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito