ROJO SOBRE GRIS
También lloras si me voy
Por Amalia Casado3 min
Opinión03-01-2013
Sin ella no puedo comprender mi vida. Parte de mi existencia se resguarda en su memoria y en su corazón, y atraviesa toda mi historia como alguien con quien he crecido y sin la cual no me podría explicar. Me sucede con otras personas, por supuesto, pero mi hermana es especial. Siempre que tengo la oportunidad pregunto cómo se quieren entre sí los hermanos en las familias numerosas, porque yo no puedo imaginarme cómo podría querer a otros cuatro como quiero a la mía sin morirme. Creo que me estallaría el corazón. Mi hermana se llama Isabel. Isa para los amigos. María Isabel, con todas sus letras y sílabas, para la familia. Yo pocas veces la llamo por su nombre, y casi siempre lo sustituyo con alguna palabrilla con la que decirle cuánto la quiero. Estábamos en una de esas largas sobremesas que se disfrutan en vacaciones, que en Navidad saben más a familia, a nos queremos, a no puedo vivir sin ti, y que son como una inyección de vida, de alegría, de motivos y de sentido. De repente mi hermana ha recordado un sueño que había tenido por la noche. Era sencillo: yo me iba. Ella no recordaba para cuánto ni por qué ni con quién. Pero yo me iba. “Y era horrible y angustioso”, nos decía con los ojos emocionados. Al volver a casa, mi madre me ha contado por primera vez que cuando yo estuve ingresada tres días en el hospital, mi hermana se puso mi triste y me echaba mucho de menos: “Se convirtió en ti”, me decía, “hacía lo que tú hacías: se ponía el radiocasete al lado de la cama y escuchaba la música que tú escuchabas. Estaba muy triste, y cuando le dijimos que volvías, se puso a cantar por toda la casa y a decir: “¡Mi hermana vuelve a casa! ¡Mi hermana vuelve a casa!”. Isa tenía cuatro años, y yo cumplía seis cuando me dieron el alta en el hospital. Me conmuevo profundamente al imaginarme a mi hermana de 4 años recorriendo los espacios en los que me veía y haciendo las cosas que yo hacía como si de esa manera pudiese encontrarme, como si recordarme pudiera devolverme a casa, como si siendo yo por un ratito pudiese repartir y acortar la distancia que nos separaba y el tiempo que faltaba para jugar juntas otra vez. Es Navidad todavía, y podemos volver a Belén cuantas veces queramos. Yo me voy esta vez con mi hermana de la mano para decirle al Niño: “Gracias, Niño Dios, por esta hermana, por esta amiga que es un ejemplo de hija, de mujer, de profesional, de persona. Gracias por este amor que nos tenemos, que me ayuda a conocer un poco más la forma que tienes de quererme tú. También lloras si me voy. También me echas de menos. Para ti, Dios, es también una pesadilla soñar que no estoy”. Rojo sobre gris a los hermanos: qué gran invento esta idea de Dios. La familia: qué regalo.
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Amalia Casado
Licenciada en CC. Políticas y Periodismo
Máster en Filosofía y Humanidades
Buscadora de #cosasbonitasquecambianelmundo