Resulta que en los altos círculos vaticanos existe un grupito de gente que ha acumulado tanto poder e influencia que hace y deshace las cosas de la curia con cierto antojo ajeno al del Papa. Que dicho grupito opera con formas y modales más propios de una trama de corrupción tipo Gürtel o Fondo de Reptiles y que, se dice se comenta, podría haber forzado de alguna manera la dimisión de Ratzinger.
A este grupito el Papa Francisco lo ha llamado 'lobby'. Como si todos los grupos de presión carecieran de ética.
Resulta que dicho grupito de prelados se ha dedicado, entre otras actividades que infringirían algún que otro mandamiento, a montar una pequeña red, si no de prostitución, sí de intercambios sexuales entre miembros de la curia romana y jovencitos y seminaristas. En dichas prácticas proxenetas, de las que se deducen intercambio de favores y dinero, se daba, por supuesto el chantaje a sus participantes.
A este grupito el Papa Francisco lo ha llamado también 'homosexual'. Como si todos los homosexuales fueran depravados sin escrúpulos.
Y así, el Papa y sus corifeos sitúan al mismo nivel homosexualidad y delito, como si lo segundo fuera causalidad de lo primero, o como si el tema no fuera preocupante si los corruptos implicados fueran todos heterosexuales.
Y como además uno sospecha que en ciertos ambientes no se da puntada sin hilo, propone al Papa Francisco, del que se dice que es capaz de abordar los asuntos sin tapujos, con humildad y espíritu progresista, un nuevo calificativo para el grupito, uno que sintetiza su espíritu y acción con certitud española: panda de chulo-putas.
Así, cuando los mencione en público o en corrillos pastorales, solo tendrá que disculparse con las putas, porque al menos ellas son unas profesionales.