El concepto de individualismo cada vez suena con más fuerza. Lejos quedan todas aquellas referencias al colectivo entendido como “masa” y que han dado paso a las “personas”, la época en lo que importa es cada uno y esa idea de seres únicos e inigualables. Pueden existir millones de personas en el mundo, pero ninguno es igual a otro.
Judith Rich Harris, una controvertida licenciada en psicología de sesenta años ya expuso la cultura cotidiana occidental en la que defendía una educación en la que la influencia de los padres era cada vez más ínfima en su novela El mito de la educación (1992).
Su nueva obra, No hay dos iguales, defiende la individualidad como una ventaja digna de analizar dentro de la historia evolutiva de la sociedad. Una continuación de su primera obra que puede seguirse sin haberla leído.
En un mundo cada vez más propenso a globalizarse y buscar rasgos comunes, Harris expone una defensa a la exclusividad del individuo. En su primera mitad de la obra aprovecha para cuestionar algunas respuestas a preguntas como ¿qué es lo que hace, entonces, que nos diferenciemos? O, ¿por qué incluso los gemelos idénticos tienen personalidades diferentes? Una vez planteadas estas preguntas y ser respondidas con un planteamiento innovador, en la segunda parte avanza una explicación alternativa de todo esto que parte de una de las hipótesis darwinianas en las que se defiende que, “la individualidad humana es una ventaja adaptativa que hay que analizar en términos de la historia evolutiva de nuestra especie”.