Si se quiere cambiar algo, mejorar una situación o lograr un bien, no basta con desearlo o esperar sentado a que los demás lo consigan. Es la filosofía que impregna Rostros de gratuidad, un libro compuesto por trece historias reportajeadas de otros tantos proyectos sociales de la Compañía de las Obras.
Los lectores propensos a padecer urticarias a todo lo que "huele" a organizaciones vinculadas a la Iglesia Católica (ahora que Cáritas está de moda por su éxito dando empleo) pueden vacunarse en estas páginas. En ellas se habla, simplemente, de personas que trabajan con otras, y no "para otras", porque se ven en la obligación moral de hacerlo. Pero con el plus que siempre añade la fe.
El autor de los textos, el periodista Ignacio Santa María, se embarca en una aventura de buscar historias de obras sociales y de caridad en las que ahonda en las razones últimas que mueven al ser humano a hacer el bien. Inmigrantes con complicados dramas familiares, drogadictos, madres adolescentes, personas sin recursos por la crisis de las crisis son algunos los rostros con los que un buen puñado de personas tratan de aplicar la caridad, en su significado más amplio, superando incluso la justicia y el concepto tantas veces vacío de "solidaridad".
En la vida real de Rostros de gratuidad se responde a una necesidad sin medir, se perdona, se invierte ese tiempo que siempre queremos dominar de forma egoísta y, sobre todo, se confía en el ser humano, porque no puede hacerse otra cosa si la persona es imagen de Dios. "El mundo no se divide entre ricos y pobres, sino en gente que busca insistentemente una respuesta y gente que no", leemos en uno de los capítulos.
Parece que el autor ha corroborado que hay "Alguien" que "estimula al hombre a través de las criaturas", y que ante el prójimo se abre una herida que obliga a preguntarse por el significado de la vida. En estas páginas no hay directrices claras para que el lector encuentre sus propias respuestas, pero sí las herramientas básicas para plantearse preguntas elementales. Y todo con un ingrediente que aún produce sarpullidos: la fe de una iglesia que también trabaja a pie de calle.