Kiseki narra la historia de dos hermanos próximos en edad a los que la separación de sus padres provocó también la suya. El hermano mayor marchará a vivir con la madre y los abuelos maternos, mientras que el menor se quedará con su padre, un músico alternativo sin excesivo éxito.
La película aborda el mundo de la infancia con una sutileza sublime, con la hermosura propia de una edad tan emocionante y bella como fugaz. Todo gira en torno a esta temprana edad, incluso las subtramas de los adultos que conviven con los personajes infantiles, cuyas historias se doblegan ante lo principal en la narración: los niños y su dulce inocencia, si bien es cierto que el director, inteligentemente, mantiene la empatía del espectador alerta, sea cual sea su edad. Así se construye, no solo un maravilloso retrato de la niñez, sino un reguero de emociones que nos trasladan a ese pasado, más o menos inmediato, en que todo parecía ser mejor; si no mejor, más fácil y auténtico.
Uno de los aspectos más dulces y emotivos es la relación que ambos hermanos mantienen, un amor tan puro e incombustible como natural, que nada ni nadie puede romper, menos aún un puñado de kilómetros. Para quien mantenga con su hermano un nexo similar, quien tenga un hermano pequeño de quien preocuparse como si fuese su madre misma o viceversa, aquel que mantenga un vínculo tan fuerte como este con su hermano mayor. El simple hecho de contemplar la relación entre ambos es motivo suficiente para disfrutar de la historia que Hirokazu construye entre los dos protagonistas; hermanos también en la realidad.
Como otras tantas veces, perderá, y mucho, el espectador que vea la versión doblada. Solo por disfrutar de la risa vitalista del hermano pequeño ya merece la pena teneer que leer el guión traducido de un ininteligible japonés. Un metraje de dos horas, quizá excesivamente dilatado puede ser una de las pocas pegas, remendadas con sutiles toques de humor.
En definitiva Kiseki una hermosa búsqueda de la felicidad a base de disfrutar de aquello que nos es propio, de los pequeños detalles, de quienes tenemos cerca, y no de falsas y fútiles promesas repetidas amargamente en nuestros días.