Raquel González.- Un hombre sencillo, cualquier vecino del quinto, sin estridencias, sin nada en su haber que pudiera colocarlo como objetivo de los terroristas. Hasta su nombre era sencillo, Ramón Díaz García. De profesión electricista, pero tras entrar en quiebra la empresa en la que trabajaba pasó a ejercer de cocinero en la Comandancia de Marina de San Sebastián, la ciudad que lo acogió con 12 años de edad.

Ramón, nacido en Salamanca, emigró con su familia a San Sebastián donde creció e hizo su vida. Totalmente adaptado al País Vasco, Ramón era un gran amante de la pelota vasca y participaba en distintas actividades del Club Deportivo Loyolatarra, donde ejercía de entrenador de futuros pelotaris. También acudía habitualmente al frontón de Loyola del cual era el socio número 50 desde hacía 20 años. Además, tenía vinculaciones con el equipo de remo, de donde era remero uno de sus hijos.
En el barrio lo conocía todo el mundo ya que estaba totalmente integrado en las distintas actividades que se organizaban. Sus vecinos lo definen como un hombre muy popular y dinámico. Recientemente había participado como cocinero en la Tamborrada, próximamente tenía en mente intervenir en la comparsa de Caldereros y en la de Carnavales. Festejos muy típicos de Donosti.
Ramón estaba casado y tenía dos hijos vascos y con nombre vasco, Aintzane, de 24 años y Arkaitz, de 17. Afiliado a Comisiones Obreras, uno de sus amigos comenta que Ramón no tenía miedo. “Siempre iba con la verdad por delante, decía lo que pensaba a todo el mundo con entera tranquilidad”.
Era un hombre de rituales. Todas las mañanas salía de casa a la misma hora para llegar al mismo bar y tomarse el mismo café mientras leía el mismo periódico. Fácil objetivo para ETA, sin demasiadas complicaciones pudieron acabar con él, con un hombre sencillo, el cual tenía sencillo hasta el nombre, Ramón Díaz García.
[26-1-2001]