La Semana.- Juan Miguel Gervilla era agente de policía. Catorce años de experiencia. Y se acercó a echar una mano a unos hombres en apuros que, además, estaban generando un tapón de tráfico porque su coche se había averiado en uno de los cruces más transitados de la ciudad de Barcelona.
El destino puso frente a frente durante unos minutos al buen samaritano y gran profesional con sus verdugos. Quién lo iba a decir. Dos disparos dieron con sus 38 años en el suelo.
Nació en Nuremberg (Alemania). Sus padres habían emigrado al país de la Selva Negra. De vuelta en España, primero trabajó como Agente de Policía en Barcelona, en el distrito de Ciutat Vella, y después en Eixample. Más tarde, pidió el traslado a Les Corts, un distrito más cercano a Esplugles de Llobregat, su lugar de residencia. Lo hizo, como muchos de sus cambios laborales, para estar más cerca de casa, más cerca de su familia, más cerca de sus hijos. Así lo recuerdan sus vecinos: jugando con Óscar y Carlos, de 8 y 13 años de edad, paseando juntos en bici, jugando al baloncesto, compartiendo una tierna y modélica vida familiar... No quería el turno nocturno para poder atenderlos, para compartir con sus esposa -Gemma Badía- las responsabilidades y atenciones que querían dispensarles a sus hijos.
El alcalde de Barcelona, Joan Clos, le ha otorgado la medalla de honor al sufrimiento, categoría de oro a título póstumo. Julia García Valdecasas, delegada del Gobierno en Cataluña, destacó que "el agente salvó con su vida el destino de otra u otras: las que hubieran perecido si el coche hubiera llegado a su destino". Su muerte habrá salvado vidas, habrá resquebrajado algunos planes de ETA. Pero sobre todo, es un nuevo ejemplo de vida como tantos otros. Fue una mano tendida, inconsciente de a quién ayudaba, pero una mano tendida que no hacía distinción. Los asesinos respondieron con balas.