Opinión  La Semana que vivimos - Del 1 al 7 de mayo de 2000 - Número 157  

SIN CONCESIONES

El pacificador

Pablo A. Iglesias.- Era periodista, como un servidor. A partir de aquí, deberían detenerse las palabras y arrancar las lágrimas y los sollozos. Y poco más. Lo más respetuoso sería guardar silencio, también lo más inteligente. Pero la verdad fluye del corazón. El sentimiento de condena y repulsa absoluta hacia los terroristas resulta más fuerte. Hace unos meses, los protagonistas eran Carlos Herrera e Isabel San Sebastián. Hoy, el único nombre propio que cabe en estas líneas es José Luis López de Lacalle. Ninguno más. No hablemos del lehendakari, del Gobierno ni de los asesinos. Sólo de José Luis. Sólo él.

Murió en la calle, donde viven los periodistas, donde la profesión adquiere toda su intensidad. Murió en la puerta de su casa, donde le esperaba su mujer -en el Día de la Madre- y sus dos hijos. Murió por la prensa, poco después de comprar los periódicos del día. Algunos de ellos, reflejaban en portada la capacidad de ETA para asesinar, muy pronto. En concreto, esa misma mañana. José Luis encontró la muerte de frente, cara a cara, vio a su asesino y se apagó su mirada. Cuatro tiros sesgaron su vida, pero nunca sus ideas.

El legado de José Luis florea en todas partes. Su familia recuerda eternamente cada día que pasó con ellos. Los integrantes del Foro de Ermua intensifican sus acciones en favor del fin del terrorismo en el País Vasco. Y nosotros, sus colegas de profesión, mantenemos vivo su recuerdo, sus opiniones en páginas y tertulias. En los últimos meses, unificó su profesión y su anhelo de paz. Trabajó intensamente por ello. ETA lo ha asesinado. Pero su voz permanece viva. Nosotros somos el altavoz. Sus palabras e ideas fluyen mejor que nunca. A pesar de las lágrimas...


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Última actualización: Domingo, 7 de mayo de 2000