Opinión | La Semana que vivimos - Del 17 al 23 de abril de 2000 - Número 155 |
SIN CONCESIONES Ahora, cuando te pones en contacto con un Servicio de Atención al Cliente, lo primero que ocurre es... nada. Hay que esperar unos minutos hasta que la operadora de turno acepta la llamada. Luego, es necesario confirmar una serie de datos personales que casi llegan hasta las preguntas más íntimas que uno se pueda imaginar. Una cosa es comprobar la identidad de una persona y otra distinta hacerle un test personal de cinco minutos. Todo tiene su explicación. Para empezar, muchos de los Servicios de Atención al Cliente no son gratuitos. La llamada cuesta casi siempre. El mejor ejemplo es el 1003 de Telefónica. Un servicio de información que, si nos descuidamos, se paga el minuto a tarifa de número 903, esos de las líneas calientes y los futurólogos. Al final, la respuesta suele ser la misma: "lo siento, no estoy autorizado para facilitarle esa información", o "lo lamento, no es problema nuestro". Claro, la deficiencia nunca le corresponde a la empresa, sino al cliente. Él tiene la culpa del mal funcionamiento, de las averías, etc. Así, podríamos enumerar miles de casos ocurridos con los deficientes Servicios de Mareo al Cliente que poseen empresas como Uni2, Telefónica y Airtel, por ejemplo. Cualquiera puede demostrarlo. Todo esto se produce por el enriquecimiento inmediato que buscan los directivos de las grandes empresas, aunque también tengo muchas experiencias con pyme. Desgracidamente, el dinero lo puede todo. Y está perjudicando a miles de clientes que hacen uso de un Servicio de Mareo al Cliente.
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