No es nada habitual que un ministro del Interior se convierta en casi portavoz de una banda terrorista y anuncie un atentado o un secuestro. En circunstancias normales, habría que pedir la dimisión del político de turno por irresponsable y por alarmista. Pero puede que este no sea el caso.
Alfredo Pérez Rubalcaba no es precisamente un político frívolo y desmedido. Al contrario, vigila con sumo cuidado cada una de sus palabras y cada uno de sus pasos. Si advierte de que ETA está planeando un gran atentado o un secuestro de relevancia es porque la cúpula de la banda ya ha dado la orden y está a punto de actuar.
A este humilde león parlamentario le da miedo deshacerse en mil pedazos, como ocurrió en 2001 con el atentado de Al Qaeda conta las Torres Gemelas de Nueva York. Cuando Rubalcaba abre la boca es por algo y, si España asume el 1 de enero la Presidencia de la Unión Europea, tiene motivos para echarse a temblar.
No es normal que un ministro del Interior genere semejante alarma social. Si lo hace es porque probablemente no tiene ni una sola pista de los planes de ETA. Lo hace para que todos extrememos las precauciones. Lo hace para evitar un mal mayor.