- Bien, liebchen, todo ha terminado.
- Si, Adi - repuso Eva muy tranquila.
Permanecieron sentados, como un antiguo matrimonio que se enfrenta a una desgracia, uno al lado del otro en el sofá de crin.
- Juntos para siempre - dijo ella.
Al día siguiente, en los aposentos del Führer en el búnker, los encontraron ataviados con sus mejores ropas: él vestía una impecable americana de color crema, pantalones de gala y llevaba la cruz de hierro sujeta en la solapa; en cuanto ella, vestía un traje nuevo y lucía las primeras joyas que Hitler le regaló. Eva Braun y Adolf Hitler se habían quitado la vida. Ella con cianuro; Adolf Hitler, de un disparo en la sien. Realmente, todo había acabado.
Allan Prior esboza las últimas horas de Berlín y de Hitler de esta forma en su biografía sobre el Führer. Fuera del búnker de la Cancillería, las tropas rusas avanzaban con los poderosos T-34 haciendo frente a los últimos reductos de resistencia alemana: adolescentes de las juventudes hitlerianas, jubilados, mutilados de guerra, y algunos soldados eran la última guardia pretoriana de Hitler. Eran todo lo que quedaba entre Berlín y el Ejército Rojo. La poderosa Wehrmacht alemana había llegado a estar a las puertas de Moscú. El contraataque soviético había significado el principio del fin del III Reich.
Hitler odiaba Berlín. Adolf consideraba que la capital estaba llena de teatros marxistas donde se representaban las obras de Brecht, Kurt Weill y otros judíos degenerados; en los periódicos aparecían viñetas cómicas sobre él y articulos que le criticaban. Es más, la capital germana había evitado que el pütsch -golpe de estado- de la Bürgerbraükeller hubiese tenido éxito. Sin Hitler saberlo, Berlín, la cosmopolita e inquieta Berlín; y Europa, la vieja y sufrida Europa, iban a padecer la última venganza del Führer.
"Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, ha caído una cortina de hierro. Detrás de ella están todas las capitales de los antiguos Estados de Europa central y oriental". La afamada frase de Winston Churchill para describir este nefasto periodo para Europa sigue ilustrando la constatación de la gélida escisión que sufrió el continente tras la Segunda Guerra Mundial. Por ende, la materialización del absurdo, y la personificación de la Guerra Fría fue la propia Berlín.
Si creemos que las ciudades tienen vida propia y alma por sí mismas aceptaremos que Berlín sea la personificación de la Guerra Fría. Habitantes y arquitectura encarnado en una sola ciudad el devenir, las inquietudes y contradicciones del resto del mundo. Un Mundo dividido en dos. Los países satelizando alrededor de dos formas de entender la vida: el salvaje capitalismo yankee y el burocratizado y purgante sueño soviético en el que se había ya convertido la igualdad de los pueblos. Un Berlín cercenado en cuatro partes y luego en dos. Una ciudad convertida en embrollo para las potencias ganadoras de la Guerra.
Las tropas fronterizas tenían orden de disparar a quien intentara escapar
103 MILLAS DE LARGO Y 4 METROS DE ALTO
Más de 40.000 soldados dividieron en la noche del 12 al 13 de agosto de 1961 la ciudad en dos, y miles de obreros levantaron en apenas unos días un muro de 45 kilómetros de largo y 4 metros de alto que partía la ciudad, que separaba a familias mediante cemento y ametralladoras. 37 kilómetros de muro atraviesan las zonas habitadas; pasa a través de 17 kilómetros de zonas industriales, 30 de bosque, 24 de superficies de agua, y 50 de vías férreas, de campos y de ciénaga. Interrumpe la circulación sobre 8 líneas de S-Bahn y 4 líneas de U-bahn. La circulación fluvial se suprime entre las dos ciudades. El Muro corta 192 calles dentro de las cuales 97 llevan a Berlín-Este y 95 en el resto de la RDA. Hay 7 puntos de paso entre las dos partes de la ciudad. Las casas que se encontraban sobre el trazado del Muro, fueron evacuadas y amuralladas.
A partir de 1965 comienza la construcción de la frontera moderna. Las porciones amuralladas de perpiaño son reemplazadas poco a poco por placas de hormigón prefabricadas de casi tres metros y medio de alto y quince centímetros de espesor, posándose como gigantes piezas de Lego a cuatro metros de la frontera con Berlín-Oeste, rebasadas por tubos de 35 centímetros de radio, de manera que el Muro alcance en total una altura de casi 4 metros.
Seguido en su mayoría por una zona de tierra fatigada de unos cuarenta metros de largo, recubierta de un musgo verdoso resistente a los desyerbamientos que hacían los guardias para detectar todo rastro de pasos, bordeado de una fosa profunda de dos metros y medio y de bandas provistas de proyectores. Después, se encuentra un camino asfaltado para los vehículos de vigilancia, y dependiendo del lugar, caminos de ronda con perros amaestrados, miradores, búnkers y puestos de tiro. Además una cerca de pilares de hormigón y de alambre de púas, alarmas, señales acústicas u ópticas que protegían un no man`s land cercado de un segundo muro.
Las obras de los artistas de la exposición "Europa en Movimiento" son todas hechas sobre fragmentos provenientes de ese segundo muro virgen que estaba previsto para permanecer por siempre libre de graffitis y pinturas. Y mejor aún, el exterior del Muro del lado Este, era blanco, el Muro de Berlín se llamaba en el Este a lo largo de sus 160 km. ¡el Muro de la Paz!
Las fotos de los niños del oeste viendo como los obreros separaban su ciudad en dos partes delatan la incomprensión de los infantes hacia ese mundo de los adultos tan extraño, cruel y sinsentido. El rápido avance económico del este capitalista de la ciudad era demasiado para los dirigentes del buró. Había que tapar los ojos de los hijos de la revolución traicionada. El alambre de espino y los puestos de vigilancia no eran suficientes. El monstruo de material encarnaba la separación de dos mundos que sólo querían vivir juntos. A lo largo del muro fueron construidas trampas y zanjas; y sólo existían dos entradas-salidas. La más famosa fue la de Checkpoint Charlie, que tanto juego ha dado a novelistas como Le Carré o Ludlum. El muro resultó ser una barrera muy efectiva durante 25 años.
El muro resultó ser una barrera muy efectiva durante 25 años
SIEMPRE QUEDABA HUIR
Desde que fue construido, mucha gente trató de pasar de la República Democrática Alemana (RDA) a la República Federal Alemana (RFA). Los métodos usados fueron inverosímiles, desde globos aerostáticos y ataúdes hasta compartimentos secretos en coches monoplaza o, simplemente, la propia destreza de la carrera a pie. Las milicias y tropas de frontera tenían la orden de disparar contra aquellos que tratasen de escapar. De acuerdo con algunas fuentes, más de 400 personas murieron en la intentona de cruzar de la RDA a la RFA, aunque los activistas de derechas aseguran que el número de fallecidos supera la cifra de 800 personas.
Las diferencias de esta escisión artificial creada por desalmados y sinvergüenzas no consiguieron más que alejar dos mundos que estaban destinados a ser uno. El Berlín este, apadrinado por las potencias occidentales era próspero y confortable, mientras que el oeste era gris y enajenante. Agobiante y melancólico como esas viejas capitales de la Europa de este. Atractiva como atrayente es la muerte para el suicida. De esta forma era Berlín oeste. A sólo 20 minutos en tren, se encontraba la puerta del mundo, una ciudad radicalmente diferente pero esencialmente igual que su hermana del este. Unos barrios donde no se perseguía en función de filias políticas. Un oasis capitalista en medio de un desierto socialista. La unificación de las tres zonas orientales y la creación del marco alemán provocaron la protesta soviética que derivó en el bloqueo entre el 24 de Junio de 1948 y el 12 de mayo 1949. Un bloqueo salvado por el impresionante puente aéreo montado por las potencias occidentales que logró proveer a la ciudad con todo lo necesario durante cada uno de los días del bloqueo.
El colapso de los sistemas socialistas y la conciencia de unificación entre las dos alemanias crecía pareja. La muerte de Stalin en 1953 permitió distensionar la atmósfera entre los dos bloques. Tres años más tarde, en el 20 Congreso del Partido Comunista Soviético se llevó a cabo la desestalinización del partido. Los países del bloque comunista se hartaron del imperialismo soviético. En Polonia, en junio de 1956, se produjeron revueltas obreras. Las tentativas secesionistas en Hungría y Checoslovaquia acabaron con los tanques soviéticos en las calles de Bucarest y Praga y con una sangrienta represión. Aún no había llegado el instante de la libertad.
Moscú no supo crearse una legitimidad propia después de estos sucesos y tras 40 años de imperialismo. A lo largo de las siguientes dos décadas, la población se verá resignada a permanecer bajo influencia soviética. Sin embargo, en la crisis polaca de 1981 aparecieron con todas sus fuerzas importantes fisuras dentro del bloque oriental. Bajo la impresión de poder militar que exhibía la URSS existía una debilidad económica que exigía reformas, una agricultura improductiva, una incapacidad de superar los desafíos de las nuevas tecnologías y una degradación de la vida.
Dos palabras marcaron los últimos años del socialismo y del muro: glasnost -transparencia- y perestroika -reconstrucción-. La población del bloque se volvió pro Gorvachov, ya que sabían que era la única oportunidad de conseguir las reforma de sus propios sistemas. La libertad ya estaba cerca. Cuando apenas hacía horas que se conocía la noticia del permiso del libre paso a través del muro eran más de 20.000 personas las que querían cruzar al otro lado. Al día siguiente de la noticia, berlineses de un lado y del otro comenzaron a derruir el muro de la vergüenza. Los cascotes de aquella pared comenzaban a sepultar las diferencias entre el este y el oeste. Era sólo cuestión de tiempo que la Unión Soviética terminase por colapsarse definitivamente, y naciese una nueva Europa en tranquilidad.
Gorvachov, gran impulsor de la caída del muro
DIEZ AÑOS DE PAZ CÁLIDA
44 años de separación psicológica y 28 de separación física no cicatrizan en tan sólo una década. Será necesario más tiempo para que la actual sociedad berlinesa y, por extensión, la alemana, recobren un camino común en el que se olvide tan traumático pasado. Es cierto que la reunificación alemana no está bien vista por todos los germanos, pero también es cierto que son la mayoría los que opinan que ha sido beneficiosa. Más de cuatro décadas bajo mentalidad y sistema económico socialista son un lastre muy pesado para un Este que sigue, diez años después, sin estar a la altura de sus vecinos del oeste.
Lo que es indudable es que Berlín, como símbolo de la Guerra Fría también lo fue de su caída. Cada trozo de cemento y ladrillo derribado por los berlineses era una puñalada más en el maltrecho imperio soviético. Por ello, los alemanes no sólo celebran la unificación de su país sino que simboliza el fin a casi seis décadas de terror en su país: desde Hitler hasta la caída del muro. Seis décadas que han representado para Europa más de la mitad de uno de los siglos más nefastos que haya conocido este arcano continente. Un siglo en el que, sólo en sus estertores, hemos encontrado un motivo para mirar y andar todos hacia el mismo futuro. Por ello, es una celebración que trasciende de la mera reivindicación nacional y se extienda a todos aquellos que alguna vez padecieron miedo o miseria por las diferencias de sus líderes.
Los actuales alemanes del oeste han aceptado la reunificación con resignación. Para muchos, la antigua República Democrática Alemana (RDA), es un país subvencionado por la fuerte economía del este, que se ha resentido de semejante sangría monetaria en los últimos años. Los datos muestran que el crecimiento de la antigua RDA se ha estancado en los últimos dos años. Más aún, las diferencias se han incrementado. El PIB del este apenas supera la mitad del oeste; el paro de una región duplica el de la otra, la productividad oriental es dos tercios de la occidental, los salarios netos son el 86 por ciento que los de occidente. En su conjunto, las empresas del este sólo aportan un 6 por ciento de la exportación alemana y el número de pobres ha pasado en el este del 2,8 en 1990 al 9,9 por ciento en 1999. Otra circunstancia que se achaca a los ossies -habitantes del este-, es la falta de iniciativa propia, es decir, la escasa disposición a tomar y a delegar responsabilidades. Este estigma psicológico proviene de la dualidad de represión-protección de los sistemas socialistas. Ahora, muchos alemanes orientales anhelan esa protección que les profería los viejos tiempos.
A pesar de todo, existen más vínculos de unión entre los alemanes de uno y otro lado que de separación. Ni siquiera en el peor momento de popularidad para la reunificación -1997- un cuarto de la población del este se arrepentía de la caída del Muro, mientras que tres de cada cuatro ciudadanos veían la reunificación como un motivo de alegría. Es evidente que existe una conciencia de nación común en uno y otro lado.
No obstante, la caída del Muro no sólo tuvo consecuencias económicas. También significó el final del comunismo con la separación de bloques. Además, las ancestrales diferencias entre las naciones de la vieja Europa desaparecieron. Alemania se ha convertido en el "motor" de Europa y forma parte esencial del proyecto común que es la Unión Europea. El aniversario implica la congratulación de todos aquellos que padecieron la traición y violación de sus ideas, la falta de libertad, la separación forzosa por mentalidades que les superaban y de las que muchos nunca fueron participes. Por eso, resulta una delicia escuchar el lloroso violonchelo de Mstislav Rostropovich entonando notas por la libertad para recordarnos que en un pedacito de este absurdo mundo, los europeos, de momento, tenemos una meta común.