Roberto J. Madrigal.- Los Juegos de la XXVII Olimpiada, los de Sídney 2000, dejan tras de sí una excelente impresión. Atender a más de 10.000 atletas era una labor complicada, pero se ha resuelto bastante favorablemente. Pero los Juegos dejan también, después de dos semanas, historias de superación, de leyenda y de espíritu olímpico, así como el nombre de 300 nuevos campeones olímpicos, que entran así en la historia.
Sídney 2000 siguió la pauta que marcó Barcelona, hace ya ocho años: modernidad, una buena organización y grandes espectáculos en las ceremonias de apertura y clausura. La ciudad australiana ha añadido además la mayor participación de la historia: por primera vez han competido más de 10.000 atletas y el aforo que acudió a las diferentes pruebas llenó siempre los recintos donde se disputaban. El máximo ejemplo es el Estadio Olímpico, con capacidad para 110.000 espectadores, en el que durante los Juegos no ha habido un solo hueco en las gradas.
Sídney 2000 marca un antes y un después, no en vano se han dado en llamar "los primeros Juegos del nuevo milenio". Supone la despedida de Juan Antonio Samaranch de la presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI) después de veinte años. Supone la retirada de grandes atletas como Michael Johnson, Alexander Popov o Sergei Bubka, al que siempre se le ha resistido la corona olímpica pero que pasa a formar parte del comité ejecutivo del COI, como el español Manel Estiarte, que se retira del waterpolo después de participar en seis Juegos Olímpicos. Otros españoles se retiran también, como Iñaki Urdangarín o los maratonianos Abel Antón y Martín Fiz.
Pero Sídney asiste también al surgimiento de otras figuras, con Marion Jones a la cabeza: la norteamericana se consagra como la reina de los Juegos. Pese a no conseguir su objetivo, cinco medallas de oro, tres del preciado metal y dos de bronce completan una óptima participación. También se ha podido asistir a la aparición de una generación de grandes nadadores, como el australiano Ian Thorpe o los holandeses Pieter van der Hoogenband e Inge de Bruijn.
Por países, la Olimpiada ha constatado de nuevo la primacía de Estados Unidos, seguido por Rusia y China. Los australianos han sabido aprovechar su ocasión y escalar ampliamente en el medallero, a la sombra de los países que más medallas se llevan de Sídney. Los atletas españoles han sumado menos medallas que en Barcelona (cuando se consiguió el doble, 22 metales) o Atlanta (16 medallas), lo cual ha llevado a cuestionar el plan de ayuda al deporte olímpico (el plan ADO) y a pensar en el relevo de toda una generación de deportistas. Se ha llegado a tachar de fracaso la actuación española, pero ya es pasado y el espíritu olímpico reconoce a los deportistas, no sólo a los ganadores. Quedan ahora por delante cuatro años, hasta la Olimpiada de Atenas, para comprobar si España remonta el vuelo o mantiene esa línea descendente.
[1-20-2000]